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El 29 de octubre, F. salvó a dos personas de morir ahogadas en Paiporta abriendo un boquete en la pared. Siguió rescatando gente y sacando muertos de las casas sin saber si su familia estaba bien. Días después, fue llamado a declarar en el marco de las investigaciones por los golpes a uno de los coches de la comitiva del presidente por haber propinado, presuntamente, un empellón. "Por supuesto que no son de extrema derecha", confirman los allegados de los tres arrestados hasta ahora
A punto de ser arrastrados por la corriente, el ahora acusado dedicó la noche de la riada a salvar a sus vecinos.
A punto de ser arrastrados por la corriente, el ahora acusado dedicó la noche de la riada a salvar a sus vecinos.Crónica
"Yo sencillamente pensé que iba a morir. He vuelto a nacer. Él me salvó la vida y yo acababa de llamarle loco. 'Estás loco', le había dicho cuando lo vi nadar a duras penas hacia una de las esquinas del local, sumergirse en aquella agua que nos tenía ateridos de tan fría, buscar a ciegas un mazo y volver hacia nosotros con él. 'Estás loco... pero algo hay que hacer', añadí un poco después. 'Aquí no nos podemos quedar', me respondió. Porque la opción hubiera sido debatirse nadando durante horas hasta morir ahogados. Se puso a golpear la pared a esta altura, un poco por encima de donde alcanzaba el agua, como a un metro sesenta centímetros del suelo. A golpes abrió un hueco, como una ventana de grande, por el que cabía una persona. A mí no se me hubiera ocurrido en la vida, ya te lo digo. El terror y el agua nos impulsaron hacia arriba. Primero ayudó a la chica a subirse -una mujer rubia de la que no recuerdo el nombre, que medía aproximadamente un metro cincuenta-, la encaramó y se aseguró de que había bajado a la otra parte, donde estaba la portería de un edificio con una escalera que podía llevarnos a lugar seguro. Después saltó él y luego me ayudó a mí. Durante todas aquellas horas, buscó soluciones donde no las había. Demostró tener nervio, claridad mental, perspicacia y determinación para salvarnos a los tres. Podía haber intentado salvarse él solo, había tenido modo y oportunidad para hacerlo y no lo hizo".
M. relata su vivencia de la horrible noche del 29 de octubre, cuando un tsunami de aguas y lodo desatados acabó con la vida de más de 220 personas y destrozó la comarca de la Ribera de Valencia llevándoselo todo por delante y sumiendo a los vivos en el dolor, el temor y la rabia. Relata cómo reaccionó su héroe particular y el de la mujer rubia a la que salvó la vida dos veces esa misma tarde sin saber que, pocos días después, éste sería citado por el juez, según fuentes judiciales, como imputado, por haber propinado, presuntamente, un empellón al coche de los escoltas del presidente Pedro Sánchez.
Otras dos personas han sido arrestadas y puestas en libertad por el juez en la investigación abierta para dilucidar quiénes fueron los autores del lanzamiento de un palo en dirección al presidente y de los golpes efectuados a los dos vehículos todoterreno Rexon negros, sin blindaje, en los que Sánchez fue evacuado de Paiporta cuando acompañaba junto con el president Carlos Mazón a los Reyes en su visita el pasado día 3 de noviembre a la llamada zona cero del sufrimiento y de la indignación por la catástrofe. A uno de los tres se le ha informado de que podrían ser condenados a siete años por atentado a la autoridad y disturbios, y amigos suyos aseguran que están arrepentidos y preocupados, y abrumados por lo desproporcionado y lo grave de la respuesta. El Gobierno difundiría apenas horas después, en declaraciones efectuadas por el propio presidente y por el ministro del Interior Fernando Grande Marlaska, que se trataba de "grupos marginales", sin descartar "que estuvieran organizados". Y un argumentario interno del PSOE elaborado apenas se produjeron los hechos aludía a actuaciones de "extrema derecha". En el momento en el que se escriben estas líneas, no se sabe todavía quiénes destrozaron uno de los vehículos del acompañamiento del presidente, ni quién lanzó el palo, ni quienes alcanzaron con barro a los reyes -que decidieron quedarse para recibir las críticas-, causando una herida en la cabeza de uno de sus escoltas. Los investigadores sí dejaron claro desde un principio que los detenidos no tienen nada que ver con la extrema derecha. "Por supuesto que no tienen nada que ver con la extrema derecha", ratifican amigos y familiares
Este martes 19, el trasiego de maquinaria pesada, de soldados intentando desatascar el alcantarillado de Paiporta, las montañas de coches inservibles, casi se han convertido en algo cotidiano que no llama la atención. El polvo en suspensión procedente del barro seco se adueña de la atmósfera. A cinco kilómetros de la sofisticada Valencia el pueblo parece el escenario de una guerra después de una guerra. M. prosigue con su relato.
COCHES ASESINOS
"Eran las siete de la tarde. Me estaba duchando después de hacer algo de ejercicio en el local donde suelo ir a entrenar y mi teléfono empezó a sonar. Atender esas llamadas, me retrasó y me impidió oír bien lo que estaba ocurriendo a mi alrededor. '¿Hay alguien aquí?', escuché que gritaba el dueño. 'Corre, sal que eres el último'. Había sacado a todo el mundo. Se quedó conmigo mientras me vestía rápido. Estábamos solos. Salí corriendo y ya había un palmo y medio de agua que bajaba a tal velocidad que no nos permitía marcharnos ni hacia arriba ni hacia abajo. Al parecer, a la mujer rubia que luego nos acompañaría, le sorprendió la corriente cuando ya estaba en medio de la calle y, mientras yo buscaba un modo de salir de allí, F. se fue a por ella justo antes de que la corriente la arrastrara. Yo estaba convencido de que el agua, a partir de ese momento no podía más que bajar de nivel. Pero siguió subiendo. Me encaramé a un coche, pero vi como a otros se los llevaba la corriente y bajé de inmediato. F. intentó abrir la puerta de la portería del edificio contiguo, pero no lo logró. Hubo un momento en el que los vehículos sin control arrastrados por la corriente amenazaban con atropellarnos y teníamos que intentar alejarlos empujándolos con las piernas", recuerda M.
Uno de los residentes en ese barrio de Paiporta ha asegurado que la calle, sorprendentemente ancha para la disposición del pueblo, se convirtió en el Orinoco casi de forma repentina. Los vecinos del edificio de enfrente intentaron alertar a los de las viviendas de los pisos superiores. "Abrid la puerta de abajo", se les oía gritar, "¡se van a ahogar, abrid!". "Salid de ahí", repetía Sheima, de treinta y pocos años, de origen magrebí, madre de un niño de seis que suele mirar fascinado el trajín de la calle desde la ventana. Excepto ese día cruel. Nada consiguieron. Quizás el tumulto del agua amortiguó sus gritos. Magdalena, de 48 años, que hace más de veinte abandonó su Rumanía natal enamorada por el clima del Mediterráneo, amiga de F, creyó desmayarse cuando éste intentó abrir en dos ocasiones la puerta de su local sin conseguirlo. "No podía ni mirar", dice, "no hacía más que gritar para que los salvasen. Estaba segura de que iban a morir".
Justo a esa altura de la calle, se formó una especie de remolino. "Cuatro personas, una detrás de otra, pasaron por delante de nosotros. El agua las arrastraba, las levantaba un momento y las volvía a hundir a esta altura, las volvía a levantar y por último desaparecían sin que pudiéramos hacer nada. Recuerdo a un señor calvo... Murieron todos. En esos árboles que están a unos 50 metros en diagonal había dos señores, un guardia civil, que resistió, y Mohamed, un sintecho al que siempre ayudábamos, que era muy poquita cosa y no pudo aguantar. Se lo llevó el agua y murió", recuerda triste.
F. logró finalmente abrir la puerta de su local y los tres supervivientes entraron pensando que hasta allí no habría llegado el agua. Una de las puertas traseras había cedido y el tsunami había entrado destrozando todo lo que había encontrado a su paso, incluidas las paredes de separación de las estancias y los baños donde, poco antes, M. había acabado de ducharse. "Le vi subirse a unas estructuras que había en el centro y mirar por todas partes buscando una salida desde las alturas. No la encontró. Teníamos el agua por el pecho cuando la mujer y yo nos subimos encima de dos máquinas dispensadoras de refrescos. Yo levantaba los pies y el agua todavía me alcanzaba. Y ella estaba al borde de la hipotermia. Temblaba exageradamente sin poder evitarlo. El agua estaba congelada. Y fue ahí cuando se le ocurrió la idea de agujerear la pared. En días anteriores yo le había visto arreglar algunos desperfectos o ajustar máquinas manejando varias herramientas. Aunque el local era de apertura reciente, siempre había algo que arreglar. Las tenía guardadas en un cuarto. Y hasta allí se sumergió a oscuras y entre el agua turbia para buscar el mazo. Tanteando. Pasamos al edificio anexo, un vecino nos dio agua y ropa para cambiarnos y subimos a la terraza. En todo ese tiempo, no había llovido. Nos marchamos casi a la una de la madrugada. Sólo al final, él se acordó del estado en el que había acabado su local, absolutamente destrozado y cubierto de barro. Le di las gracias, consciente de que nos había salvado la vida", explica M.
"Todos en el barrio nos conocemos", cuenta Magdalena. "Ese chaval es muy buena gente. Apenas nos cobra 30 euros, que no es dinero, para que todos podamos hacer deporte allí. Y nos ayuda a todos. Su negocio apenas tenía cinco meses, había trabajado mucho e invertido todo lo que había ahorrado trabajando durante toda su vida. Lo perdió todo. Pero tiene tal determinación que, antes o después lo volverá a poner en marcha. Estoy segura".
Para nadie acabó esa noche ahí. Los vecinos saben que las vidas de M. y de la mujer rescatada dos veces no fueron las únicas que F. salvó. Ni fueron pocos los muertos que logró sacar de las zonas inundadas -entre ellos el cuerpo de una joven china de 16 años que se ahogó en uno de los dos bares que hay frente a la Iglesia-, mientras intentaba llegar a su casa para comprobar si su familia estaba bien. Avanzada la madrugada, ocupado en ayudar, no sabía nada de sus hijas pequeñas.
LOS DESPROPÓSITOS
La mañana del 3 de noviembre, la de la visita de los reyes con Pedro Sánchez y Carlos Mazón, los valencianos de la Ribera Alta llevaban cinco días rescatando del barro solos a sus muertos o buscando solos a sus desaparecidos. Achicando agua prácticamente con las manos e intentando eliminar el barro de medio metro que cubría sus calles. En Paiporta, algunos tenían a sus familiares muertos en el salón sin poder enterrarlos. Carecían de agua potable y de luz. No les había llegado comida. Los testimonios desgarradores se sucedían. Los de madres con su bebé que habían hecho su última llamada para despedirse y fueron encontrados muertos. Los de aquellos que habían estado escuchando los gritos de socorro de sus vecinos sin poder ayudarles y que se enfrentaban a un silencio todavía más aterrador después, cuando ya no se oían sus voces y eran conscientes de que se habían ahogado.
En esas circunstancias fueron testigos de una batalla política sobre responsabilidades y medios cuyo momento principal estaba todavía por llegar, pero que ya había apuntado maneras. Un presidente de la Generalitat desaparecido a pesar de que a las dos de la tarde las vías principales de la Comunidad ya estaban inundadas y en Utiel ya se había producido la debacle. Una consejera de Interior ineficaz que hasta desconocía la existencia de las alertas telefónicas. Un sistema estatal de predicciones fallido. Una ministra de Transición Ecológica ausente. Un presidente que había razonado su falta de intervención asegurando que "las autoridades valencianas conocen el terreno mejor que nadie (2 de noviembre)", de modo que muchos le atribuyeron un cálculo político. Y sobre todo la frase, "si necesita más recursos que los pida". Una ausencia absoluta de ayuda técnica y del Ejército que, en circunstancias anteriores, menos graves, se había volcado de inmediato. Y, finalmente, una riada de miles de personas (1 de noviembre) que sí pudieron enviar su ayuda desde toda España o trasladarse físicamente a los lugares arrasados y que puso en evidencia de forma escandalosa la ineficacia fatal y la falta de empatía de una Administración cuyos gestores se perdían en discusiones alejadas de la realidad.
Cuando los Reyes y los presidentes Mazón y Sánchez pusieron el pie en Paiporta, el descontento se hizo patente. La gran mayoría no pasó a más. Un grupo sí lo hizo. Llegado al retén, el vehículo no blindado de los escoltas, que estaban en el interior cuando se propinaron los golpes, tenía las lunas traseras y laterales destrozadas. Para realizar las detenciones, en un despliegue sólo destinado a terroristas o narcotraficantes, el ministro Grande Marlaska envió a los servicios de Información de la Guardia Civil y el refuerzo de la UCE3 desde Madrid. A esas alturas la ayuda no había llegado a la zona, pero hasta cinco guardias civiles se presentaron en la casa del primer detenido para arrestarlo. La denuncia pública por lo desproporcionado de la respuesta en circunstancias semejantes hizo que al tercer sospechoso los investigadores se limitaran a llamarlo por teléfono para citarlo. Así, de todos los que se fueron uniendo a las manifestaciones de ira, arrestaron a un vecino de Albal que lanzó barro; a otro que se hizo viral golpeando con violencia dos o tres veces los cristales con un cepillo y citaron a una tercera persona por una patada. Que se sepa.
LA CONSIGNA
Horas después del primer arresto, el martes posterior al día de los incidentes, Pedro Sánchez, para dignificar y rentabilizar políticamente su marcha, azuzó: "Si uno mira las imágenes de la visita del pasado domingo es muy fácil diferenciar a aquellos que manifiestan su ira de una manera legítima por su frustración, por la situación que están viviendo, de otros grupos ultras perfectamente organizados que iban a tratar de hacer el mayor daño posible a las autoridades que estábamos allí presentes". Sin embargo, a esas alturas los investigadores de la Guardia Civil ya habían dado carpetazo a esas insinuaciones. "En ningún momento hemos encontrado un solo indicio que apuntase en esa línea.", aseguraron a EL MUNDO.
Las declaraciones del presidente iban muy en la línea del documento elaborado por el PSOE en el que se hablaba de "grupos ultra" y de "extrema derecha" para consumo interno. Sin ir más lejos, la competente alcaldesa socialista de Paiporta, que había adquirido una relevancia pública al convertirse en la voz denunciatoria de su pueblo y que por la mañana aseguró no conocer a ninguno de los atacantes, por la noche alegó que eran grupos de extrema derecha. En conversación con Crónica, Isabel Albalat insistió en su primera versión, la de que las personas a las que vio eran gente de fuera, que ni ella las conocía ni la conocieron a ella. ¿Por qué dijo entonces que eran de extrema derecha? "Así me lo dijeron", responde. ¿Se lo dijo la gente o desde el partido? "La verdad es que aquellos días son muy confusos".
Y sí, es cierto que lo fueron. Incluso para los héroes domésticos. Que un día salvaron vidas pero el siguiente se dejaron llevar por la frustración y vieron cómo su vida se volvía varias veces del revés. Y que no son de extrema derecha.