Los autores intelectuales del atentado contra Alexander Dugin y su hija
Entre las verdaderas influencias de Putin cabría citar a Solzhenitsyn, Panarin, Primakov, Sergei Glaziev, Iván Ilyin, Lev Gumilev o Vladislav Surkov
La pasada madrugada explotó en los alrededores de Moscú el vehículo personal del filósofo ruso Alexander Dugin. La buena suerte quiso que, precisamente ese día, Dugin no estuviese en su coche. Pero la mala suerte quiso que fuese su propia hija la que estaba al volante. Dugin, desde otro vehículo próximo, pudo presenciarlo todo. Hoy ella está muerta y él recibe atención sanitaria. El filósofo salvó la vida por un fortuito cambio de conductores, aunque seguramente él hubiese preferido (como cualquier padre) que el atentado saliese según lo previsto.
¿Previsto por quién? Las investigaciones están en curso y todavía no se ha esclarecido toda la trama. Desde Ucrania, el exdiputado Ilya Ponomarev afirma que al atentado se ha realizado en coordinación con disidentes rusos. Desde Rusia, se dice que la autora directa de la explosión ha sido una militar ucraniana que logró entrar y salir del país. Gran parte de la prensa occidental lanza la teoría de que (como siempre) la propia Rusia es culpable. Esto último no cuadra: Dugin no tiene enemigos poderosos en Rusia, y la molestia que pudiera suponerle a algún sector del poder ruso es inferior a su utilidad como actor de influencia rusa en el exterior.
A mi entender, las teorías más probables son dos. Podría ser una operación del servicio secreto ucraniano (SBU), que tiene un largo historial de eliminar a figuras políticas (desde el periodista Oles Buzina en 2015, hasta el intento de asesinato al presentador Vladimir Soloviev hace unos pocos meses). Nuestros “aliados ucranianos” se han cargado desde negociadores hasta sindicalistas. Los rusos también, seguro, pero eso nos lo dicen cada día y lo de los ucranianos, nunca. Recientemente Ucrania, a la desesperada, lanza ataques contra territorio ruso e intenta planificar atentados allí usando refugiados ucranianos, redes neonazis y disidentes rusos. Ucrania necesita desesperadamente victorias simbólicas, tan baratas y tan sencillas como matar a un escritor.
La otra opción es que haya sido una operación de algún otro servicio secreto occidental, como el polaco o el británico (experto en esta clase de operaciones). El tipo de explosivo utilizado (400 gramos de TNT) podría apuntar en esa dirección. También el móvil del atentado: Dugin no es una amenaza directa para Ucrania, pero en Occidente está clasificado como “el pensador más peligroso del mundo”, contando con un buen número de lectores a través de internet y editoriales semi-clandestinas.
Dugin y la geopolítica
Las ideas de Dugin son polémicas, sí, pero también son de gran interés. Y esto lo afirma alguien diametralmente opuesto a ellas. Es imposible compartir su nacionalismo gran-ruso, que busca absorber Ucrania entera. Es imposible preferir su proyecto de una Rusia unida con Asia a la idea de una Rusia integrada con el resto de Europa. Es imposible defender su llamamiento a la ruptura de la iglesia ortodoxa con el mundo católico-protestante. Es imposible coincidir con sus pasadas simpatías con el secesionismo catalán en España y mapuche en Chile. Es imposible apoyar sus llamamientos a atacar Polonia o los países bálticos. En términos de política internacional, podemos decir que buena parte de sus medidas pertenecen al Idealismo (es decir, son imposibles). Y el Idealismo es la escuela contraria al Realismo, en la que intenta enmarcarse un servidor.
Si bien, siendo sinceros, igual de Idealistas (o sea, irrealizables) que las propuestas de Dugin, son las propuestas de Occidente. Por ejemplo: hacer que Crimea vuelva a ser ucraniana, ganar una guerra económica contra China, sustituir el gas ruso para depender de Turquía y Qatar, extender la OTAN hasta los confines galácticos… De hecho, el gran aliado de Dugin ha sido la estupidez occidental. Hemos sido nosotros quienes, ignorando y sancionado a Rusia, la hemos arrojado en brazos de China. De esa forma se ha consumado la alianza asiática antioccidental que Dugin soñaba. También hemos sido nosotros quienes hemos convertido un conflicto regional controlable en una guerra de civilizaciones a vida o muerte, haciendo las delicias de Dugin.
Pero, dejando de lado sus exaltaciones nacionalistas, su lado más místico y sus declaraciones menos afortunadas, Dugin tiene un gran mérito. El haber dado a conocer de forma atractiva y entre un público joven la geopolítica y las relaciones internacionales. Haber rescatado y popularizado doctrinas que sonaban más o menos aburridas y que parecían olvidadas con la entrada del siglo XXI. Dugin ha resumido y analizado las ideas de autores clásicos (Rudolf Kjellén, Halford Mackinder, Nicholas Spykman, Samuel Huntington) que exponen las dinámicas ocultas del poder. Y esto no lo perdonan la inmensa mayoría de las élites del mundo.
Dugin ha explicado, por ejemplo, cómo la potencia marítima hegemónica (antes Atenas, después Cartago, después EEUU) busca siempre gobernar la tierra firme y el mundo. Y para ello, EEUU debe doblegar el continente euroasiático (es decir, a Rusia). Y para ello, EE.UU. debe tener sometida a Europa. Y claro, cuando todo nuestro arco político es cómplice de dicho plan, pues Dugin se les hace incómodo.
En este sentido, el autor ruso sufre el mismo destino que el coronel español Pedro Baños, que tras publicar sus libros sobre "el dominio mundial”, ha tenido que aguantar campañas organizadas contra su obra, censura en redes sociales e intentos de hundir su carrera profesional. Hemos comprobado que, lo que en tiempos de paz es una “cultura de la cancelación”, en tiempos de guerra puede convertirse fácilmente en una bomba bajo el coche. Por eso hay que señalar el carácter potencialmente criminal de muchos juntaletras (más o menos indocumentados) que lanzan alegremente acusaciones de “duginista”, “proruso”, “comunista nazi”. Yo mismo he sufrido el acoso personal y familiar de algunos de ellos, como Antonio Maestre e Ignasi Guardans.
Dugin y las ideologías
Otra cosa que no le perdonarán a Dugin es haber llevado todos estos debates más allá de las peleas entre la izquierda y la derecha. Participar en interesantísimas tertulias con figuras tan dispares como el conservador brasileño Olavo de Carvalho o el marxista italiano Diego Fusaro. Lo mismo hacía su hija, Daria Dugina: leer en paralelo a autores fachas como Heidegger y a autores rojos como Gramsci. Leer al otro, estudiar al otro, dialogar con el otro, incluso hacerse amigo del otro y conceder puntos de razón al otro. Esta es, claro, la herejía definitiva para un Occidente más polarizado que nunca, donde las élites viven de sembrar el miedo a nuestro vecino ultraderechista, socialcomunista, rojipardo, o a cualquier tontería que se inventen.
Aún a día de hoy, gran cantidad de “periodistas”, “analistas” y “expertos” occidentales, acusan por ello a Dugin de ser un extremista de izquierda, de derecha, de centro, de abajo y de arriba. Se basan en que, siendo más joven, Dugin era parte del partido nacional-bolchevique: una combinación de ideas económicas socialistas con ideas culturales conservadoras. La corriente se remonta a figuras del comunismo histórico, como Karl Radek en Alemania o Ilya Ehrenburg en Rusia. Pese a que tanto Radek como Ehrenburg fueron destacados antifascistas, los poco avispados analistas occidentales aseguran que el nacional-bolchevismo es una corriente fascista.
Y aseguran también que estas peligrosas ideas serían suministradas a través de Dugin hasta llegar al mismísimo presidente de Rusia, Vladimir Putin. Naturalmente, todo ello es una fabricación occidental. En primer lugar, el movimiento nacional-bolchevique detestaba profundamente a Putin, que ilegalizó a varios de sus grupos. En segundo lugar, el propio Dugin se alejó del nacional-bolchevismo hace ya más de dos décadas, pasando a abrazar las ideas eurasianistas: el pensamiento tradicional eslavo de autores como Konstantin Leontiev, la economía mixta, el pluralismo religioso, el regionalismo y el federalismo.
De hecho, el Dugin maduro llevó a cabo una durísima revisión crítica de las ideas de extrema izquierda y de extrema derecha. Para él era falsa la idea bolchevique de que sólo existe la clase económica y no la identidad nacional. También era falsa la idea nacionalista de que sólo existe la identidad nacional y no la clase económica. Y comparó ambas cosas con la idea liberal, que niega la existencia tanto de la clase económica como de la identidad nacional.
Dugin se atrevió a señalar el oscuro parentesco entre aquellas tres ideologías (liberales, izquierdistas y fachas). Todo esto le valió, claro, el desprecio de la casta política europea (liberales, izquierdistas y fachas). Sin embargo, la Historia acabó dándole la razón en el conflicto ucraniano, que ha reunido finalmente en la misma trinchera al oligarca, la activista de Femen y el nazi del batallón Azov.
Dugin propuso una Cuarta Teoría Política que conciliase el interés de la clase trabajadora con la soberanía de la nación. Este es, seguramente, otro de los puntos en los que el pensador ruso dio en el clavo. A medida que se disipa el espejismo de la globalización, cada día es más claro que la única herramienta política capaz de velar por los humildes es el Estado-nación.
Con honrosas excepciones, la mayoría de las grandes cabeceras occidentales han optado por seguir definiendo a Dugin como un “naz-bol”. Esto les permite fantasear con que Putin es como un nuevo zar Nicolás y un nuevo Stalin. Y que Dugin es su Rasputín y su Trotsky: el consejero espiritual-militar. Lo que conduce, a su vez, a la conclusión de que para vencer a Putin basta con envenenar a Dugin o clavarle un piolet en la cabeza (como se hizo con Rasputín y Trotsky). Atentar contra la vida de Dugin...