La dictadura franquista combatió de forma cruel el movimiento cooperativo fraguado en la II República, y durante la propia guerra con las denominadas colectividades, y pervirtió la idea de autogestión a través de los ideales falangistas.
Antes del levantamiento militar de 1936, el movimiento obrero llevaba casi un siglo desarrollando una especie de sociedad paralela a través de instituciones del común: sindicatos, ateneos y cooperativas, que cada vez estaban más extendidas. Habían generado una cultura propia en la España de finales del siglo XIX y primeros del XX y estaban a punto de cerrar su propio ciclo económico: desde las mutualidades, que no eran otra cosa que el embrión de la actual seguridad social (que no inventó Franco), hasta las cajas de crédito popular y de ahorros pasando por las cooperativas de consumo y de producción. Y no solo se ocupaban de la economía, sino que tenían un proyecto sociopolítico que incluía casi todos los aspectos de la vida, también la educación, a través de las escuelas libertarias, agrupaciones femeninas, asociaciones culturales... Todo este ecosistema autogestionario estaba estrechamente vinculado, o directamente nacía, de los sindicatos históricos del anarcosindicalismo. Pero llega el golpe de estado, y el mundo floreciente y alternativo, paralelo a la empresa capitalista, a la autoridad estatal y a la Iglesia, es destruido.
“La Guerra Civil fue una guerra contrarrevolucionaria. No contra los llamados excesos de la República, sino destinada a terminar con el movimiento obrero. El objetivo era hacer una limpieza de toda una tradición política, social y cultural que se había ido desarrollando un siglo antes”, explica a El Salto José Luis Carretero, profesor e investigador del Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión...
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Este es el camino, en España la ESS ya representa más de un 10% del PIB a través de cooperativas, sociedades laborales, asociaciones, ONG’s etc.