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Los nostálgicos del liberalismo de la globalización dorada son una isla cada vez más pequeña, muy centrada en Europa y en buena parte de sus clases dirigentes, en reductos como The Economist y The New York Times, que sigue manejándose a partir de las viejas ideas. Sus reuniones tienen un aire a los mítines de Ignatieff: todo irá bien, a pesar de las crecientes amenazas, el momento se solventará y se regresará, más o menos, a la institucionalidad y a la economía de la época del fin de la historia.
Nada hace pensar que el futuro nos depare ese regreso, más bien al contrario. El viejo orden se está derrumbando y el primero que empuja en ese sentido es EEUU. Biden acaba de dictar aranceles elevadísimos a los coches eléctricos chinos, que son aranceles indirectos a la industria alemana, muy implantada en China, por señalar el último ejemplo. Putin y Xi Jinping refuerzan su alianza en Pekín con una escenificación significativa; nadie en el mundo, fuera de Occidente (y este solo en parte) cree en el orden basado en reglas, y menos después de la guerra de Gaza; la extrema derecha crece en Europa; Oriente Medio es cada vez más inestable. Como señal de cómo andan las cosas, el presidente de Congo les dice a los franceses que cada vez que China les visita consiguen un hospital, y que cuando van los occidentales obtiene un sermón; el primer ministro de Níger se dirige a EEUU afirmando que es inaceptable que los americanos les digan con quién pueden tener relaciones y que lo hagan con un tono condescendiente que demuestra falta de respeto.
Sin embargo, todos estos giros no están causados por el decaimiento del orden liberal de las últimas décadas: han sido producidos por él. Son la consecuencia de la aplicación de las ideas de esas élites liberales que hoy sienten sobre sus hombros el peso de la melancolía.
Con sus acciones destruyeron la economía de las clases medias occidentales y empobrecieron a las trabajadoras, se llevaron las industrias a Asia, cerraron muchas empresas por la vía de las fusiones y adquisiciones y generaron una inseguridad vital elevada con los altos precios de los bienes esenciales. Aquel mundo abierto, que trajo guerras sucesivas como las de Afganistán, Irak y Siria, no hizo el mundo más seguro, sino que contribuyó al enorme desajuste en el que vive Oriente Medio, y con él, el mundo entero.
Fue su impulso deslocalizador, que volvería la economía más eficiente y los precios más baratos, el que proporcionó a China las industrias, el capital, la tecnología y el saber hacer necesario para que hoy Pekín sea una gran potencia cuyos vínculos con Europa y EEUU sean muy difíciles de desatar. Esa visión generó un desastre productivo en Europa y en EEUU, de modo que cuando han hecho falta bienes esenciales, no los teníamos porque se fabricaban muy lejos, como ocurrió en la pandemia. Ni siquiera pueden enviar a Ucrania el armamento y las municiones precisas porque la producción en Occidente no permite cubrir la demanda. Y, por si fuera poco, los precios baratos se han convertido en una inflación elevada: la concentración empresarial creó oligopolios y la productiva llevó a que las fábricas se situaran en muy pocos y lejanos lugares, lo que ha provocado que, en momentos como este, los precios aumenten. Da casi ternura escuchar al Biden de los 90 que se burlaba cuando los rusos amenazaban con girar hacia China si Occidente les presionaba en exceso: ahora ya tienen a China y Rusia yendo de la mano, eso que Kissinger logró evitar, y con Irán dentro de su mismo coche.
Han creado una economía notablemente desigual que se basa en productos financieros ficticios, y que está sostenida por las deudas, en lugar de impulsar el crecimiento; es rentista, no productiva. Por si fuera poco, la guerra de Gaza ha dado la puntilla al orden basado en reglas y EEUU es acusado de hipocresía cada vez que lo menciona.
De modo que hay pocos aspectos en los que las ideas de la época dorada no hayan sido un desastre. El coste lo estamos pagando ahora y sea mayor en los años venideros. En este contexto, nuestras élites se preguntan por qué crece la extrema derecha. La pregunta real es por qué no ha barrido ya en todo Europa con este historial de objetivos alcanzados. Ha ganado unas elecciones un señor con una motosierra, quizá sea el momento de reflexionar en serio.