Si usted está leyendo este reportaje el día que se publica, sabrá que hoy es jueves. Así que mañana es viernes y pasado, fin de semana. Hasta aquí todo claro. Salvo que usted sea futbolista, cajero de un supermercado, dependiente de un Zara, enfermero de guardia, Paco Marhuenda o alguna cosa más, el sábado no se trabaja, así que mañana acaba su semana laboral. Enhorabuena. Así funciona el calendario en los países de tradición cristiana y judía desde que a principios del siglo XIX el industrial galés Robert Owen acuñara aquella fórmula de "ocho horas de trabajo, ocho horas de recreo, ocho horas de descanso" que dio origen a la racionalización de los horarios en las empresas.
Pero... ¿Y si hoy no fuera realmente jueves? ¿Y si hoy fuera juernes? Ya saben. ¿Y si los jueves fueran los nuevos viernes? ¿Y si el fin de semana empezara mañana mismo?
Esto del juernes, una moñez de agenda cuqui sólo superada en grima por el concepto veroño (que no es ni verano ni otoño) esconde en realidad una deuda histórica. En 1930, Keynes profetizó que a principios del siglo XXI viviríamos en una sociedad de ocio y abundancia en la que no trabajaríamos más de 15 horas semanales. Hoy en día, en la mayor parte de los países desarrollados se trabaja unas 40. Y lo que es peor, en los últimos 70 años el tiempo medio de trabajo apenas se ha recortado en dos horas, así que la mayoría de ustedes plantan el culo en la oficina el lunes a primera hora y lo levantan el viernes por la noche con intervalos para tomar café o leer este reportaje en internet.
El año pasado la empresa neozelandesa Perpetual Guardian, una compañía con 250 empleados que se dedica a la administración de fideicomisos y testamentos, experimentó por primera vez con la semana laboral de cuatro días. Lo hizo durante los meses de marzo y abril, con jornadas de ocho horas, cuatro días de trabajo y el sueldo de cinco. Perpetual Guardian no era la primera compañía en ponerlo a prueba, pero sí una de las más grandes que se ha atrevido a ensayarlo y, sobre todo, la que mejor ha expuesto los resultados, analizados por investigadores independientes.
Según Jarrod Haar, profesor de recursos humanos en la Universidad de Tecnología de Auckland, la conciliación de los trabajadores mejoró en 24 puntos porcentuales, aumentó su energía y su creatividad en la oficina y, sobre todo, creció su eficacia. El nivel de estrés en Perpetual Guardian se redujo en siete puntos. Para el dueño de la empresa, la experiencia fue un "éxito absoluto".
Las cifras van en la misma línea que lleva defendiendo la Organización Internacional del Trabajo (OIT) desde hace años. Jon Messenger es investigador de la OIT, experto en tiempo y organización del trabajo, y ha firmado varios estudios a favor de la semana de cuatro días. "Tener una semana laboral más corta supone menos problemas de salud y menores costes de atención médica, que hoy son asombrosos, tanto que en países como Japón o Corea tienen palabras como karoshi o kwarosa sólo para referirse a la muerte por exceso de trabajo", explica Messenger desde su oficina en Suiza. "Además la reducción permanente de la semana laboral puede ayudar a fomentar la contratación adicional y, por tanto, aumentar los niveles de empleo, así como, obviamente, equilibrar la relación entre el trabajo y la vida personal".
Messenger añade dos puntos a su catálogo de ventajas de los juernes. Uno, el impacto positivo que tendría sobre el medio ambiente reducir los traslados en coche y rebajar el consumo de energía en las oficinas. Y dos, el aumento de la productividad, el nudo de la cuestión, el argumento más discutido.
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Yuhuuuuu...
