La salida de Asad deja un vacío que será ocupado, con alta probabilidad, por facciones islamistas radicales. El caso sirio no es diferente a Libia o Afganistán: los mismos que enarbolaban la bandera de la "democracia" y los "derechos humanos" en la región se han dedicado a financiar y armar a grupos que nada tienen que ver con estos valores. La realidad es que Siria, bajo Asad, era uno de los pocos estados de Oriente Medio que mantenía cierta estabilidad y combatía activamente el islamismo radical. Su colapso no solo desestabiliza la región, sino que también facilita el acceso a recursos estratégicos (como gasoductos) por parte de actores occidentales y facilita el control indirecto de Siria por parte de Turquía, Estados Unidos e Israel. Con la experiencia reciente de Libia y Afganistán, Europa debe prepararse para un nuevo tsunami migratorio. La caída de Asad implica el colapso de cualquier estructura que pudiera gestionar mínimamente la migración. Europa será la receptora de refugiados y, entre ellos, infiltrados del mismo extremismo islamista que ahora toma las riendas en Siria. Esto profundizará las tensiones internas en países europeos, que ya están sufriendo las consecuencias de políticas migratorias irresponsables y la aculturación de comunidades foráneas.
Además, la situación refuerza la posición de las llamadas "ultraderechas", no porque ofrezcan discursos simplistas, sino porque denuncian verdades que la izquierda buenista y la socialdemocracia hipócrita prefieren ignorar. El multiculturalismo descontrolado ha destrozado barrios y ciudades en toda Europa, desde Suecia hasta Francia. No se puede analizar este conflicto sin señalar al "elefante en la habitación". Desde el inicio de la guerra civil siria, Estados Unidos ha apoyado a grupos islamistas disfrazados de "rebeldes moderados", con el objetivo de destruir a un aliado de Rusia y ampliar su influencia en Oriente Medio. Esto no es una teoría conspirativa: emails filtrados de Hillary Clinton confirmaron que la Administración estadounidense veía con buenos ojos que Al Qaeda se enfrentara al régimen de Asad. Israel, por su parte, ha actuado en su propio interés estratégico, debilitando a Siria para asegurar su supremacía militar en la región y evitar que Irán consolide su presencia. Todo esto bajo la complicidad de la OTAN, que, como títere de Washington, no ha dudado en servir de cómplice en esta agenda destructiva.
El futuro de Siria es sombrío. Como en Afganistán, el colapso del gobierno central llevará a la fragmentación del país. Las potencias extranjeras seguirán explotando sus recursos y su posición estratégica mientras las facciones islamistas radicales convierten la vida de los civiles en un infierno. El regreso de Siria a un estado funcional será, en el mejor de los casos, un proceso de décadas. La caída de Bashar Al Asad no es una victoria para la democracia ni una derrota para el autoritarismo. Es un recordatorio brutal de cómo las potencias occidentales, lideradas por Estados Unidos, siguen sembrando caos en su cruzada por el dominio global. Europa, siempre el peón en este tablero, pagará un alto precio, mientras Oriente Medio se hunde más en el abismo del extremismo y la inestabilidad.
Ha sido profundamente triste presenciar lo sucedido en tan pocos días. Los cristianos sirios probablemente tendrán que huir en masa del país o migrar hacia la costa, donde los musulmanes alauitas son mayoría. Otro asunto crucial será analizar cómo se configura el futuro del país, ya que es difícil imaginar que los kurdos acepten formar parte de un Afganistán 2.0, ni que los alauitas estén dispuestos a hacerlo. Y ya no hablemos de drusos y chiíes.
Mientras tanto, Israel se frota las manos:
Benjamín Netanyahu anuncia que rompe el Acuerdo de Retirada entre Israel y Siria de 1974. Además de romper el alto al fuego, Israel vuelve a ocupar la linea púrpura de la ONU y el territorio sirio que ocupó durante la guerra de Yom Kippur.
https://x.com/descifraguerra/status/1865771831900119500