Criticar a los partidos que ahora o ayer existen o existían debido a las medidas que ejecutaron en el poder está bien, pero ello no es suficiente sustento para afirmar que el problema es la partidocracia. Lo mismo cabría preguntarnos si tener cáncer de piel se resuelve quitándonos la piel.
A lo que quiero llegar es que hay una débil capa entre criticar racionalmente y con ello plantear soluciones normativas, o modelos teóricos alternativos, y la otra es simplemente criticar en términos idealistas y utópicos. Eso es lo que diferencia una crítica racional del infantilismo
revolucionario.
Es decir, no es lo mismo afirmar que "los partidos son un problema porque representan los intereses de clase en una sociedad caracterizada por una relación clasista dialéctica y contradictoria", a decir que "los partidos son malos porque son partidos y ello significa que lo único que buscan es gobernar para ellos". Asumir lo primero no necesariamente te lleva a una conclusión utópica y por tanto irrealizable como "gobernar sin partidos", lo segundo claro que sí.
Y ojo, yo no estoy en contra a la crítica. Estoy en contra a la crítica infantil. La crítica siempre es buena cuando es racional, pero cuando es infantil solo es una crítica. Los profesores enseñan mal, hay que acabar con los profesores. El infantilismo lleva al maximalismo, y el maximalismo conlleva una praxis errada. Esto no es actual, la crítica de García-Trevijano no es nada novedosa, pues en realidad ya estaba instalada en los círculos académicos de todas las ideologías modernas tanto conservadoras, liberales como socialistas en diferentes dosis. Basta observar cómo los anarquistas están en contra de toda forma de organización estatal apelando a comunas utópicas, o los liberales creyendo también en una forma de organización sin Estado y con un solo pegamento social identificado en las relaciones mercantiles. No hay entonces, una diferencia sustancial en un Ruben Gisbert y un Bakunin en este asunto. Ambos son tan radicales como infantiles e inútiles.
El problema lo resumo en dos partes, el diagnóstico y la solución.
Si el diagnóstico es que existen partidos, y estos
actúan mal porque quieren actuar mal, ya sea porque no están preparados o porque lo quieren hacer así. Si no están preparados, entonces habría que preguntarse por qué en este sistema, se incentiva a los menos preparados para que participen en la política, pero entonces nos salta una pregunta, ¿hay una forma eficiente de solucionar los problemas eminentemente políticos? NO. Las opciones siempre terminan en el consenso, en la imposición dictatorial o en la imposición democrática de mayorías sobre minorías, entonces lo que necesitas no es al más avispado en asuntos técnicos, sino que a otra persona. Tampoco tiene sentido plantearlo en términos de interés en hacer las cosas mal, de ser ese el caso, la respuesta sería otra pregunta, ¿qué ganan haciendo las cosas mal? No, lo que hacen es todo lo contrario, lo mejor que pueden para alcanzar sus objetivos.
La clave entonces va en las palabras "puede, poder" y "objetivos, intereses".
La política, dicen, es el arte de gobernar. Gobernar no es "hacer lo mejor en términos científicos", sino, hacer lo mejor en términos políticos. No es que yo consulte a una inteligencia artificial si es mejor reducir o no la cantidad de Co2 emitida, porque probablemente lo mejor según una serie de variables sea reducirlo, pero resulta, además que o reducirlo o aumentarlo, impactará negativa o positivamente a un 30% de la población en proporción inversamente proporcional. De este modo, en un ejemplo tan pequeño, no puedo tomar "la mejor solución" si esta realmente no va de realidades científicas objetivas, más bien de realidades políticas sociales (que sí son científicas ero divagan inmersas en leyes diferentes que trascienden decisiones personales y técnicas).
Por eso una tecnocracia es una solución utópica, pues olvida que la política no es solo hacer las cosas bien según lo que el conocimiento técnico nos diga. La política va de gobernar, va del poder, va de una relación dialéctica y contradictoria de fuerzas sociales esencialmente contradictorias con diferentes y diversos intereses. Y eventualmente, lo mejor según la ciencia, sea lo peor para la sociedad (ya que si son coincidentes entonces no hay nada que discutir).
Ignorar estas leyes sociales significa desconocer por qué hay tantos modelos políticos y no todos son aplicables en el mismo Tiempo-Espacio. Por qué no es posible aplicar la monarquía absoluta en Europa y dejarse de tonterías parlamentarias, o por qué no es posible solucionar el problema chileno a punta de militarización, o por qué Estados Unidos no puede acabar con los talibanes con armas nucleares. O, también, por qué la democracia no funciona en África.
Todo tiene que ver con la esencia última de cualquier Estado moderno: el pueblo políticamente organizado. Pero no es un pueblo formado en un contubernio, sino que es un pueblo formado en la yuxtaposición - imposición (ergo contradictorio) de diferentes intereses sociales. Por eso un Estado no se sostiene a partir de buenas ideas o de ciencia, se sostiene a partir de tres ejes: respeto, ideologización y bienestar social (aun en una medida limitada). Esto se alcanza incentivando medidas públicas, pero para realizarlas necesitas de una base social que te apoye, entonces se genera otra contradicción: o ejecuto mis políticas en términos populares o las ejecuto en términos ideológicos. Las monarquías y dictaduras la tienen más simple porque su base quizás se sostiene más en el respeto y la ideologización que en el bienestar, lo que puede darles la ventaja al mediano y largo plazo, pero todas caen finalmente en lo mismo. A largo plazo, ningún régimen puede superar esta realidad.
Y como deben sostenerse, deben someterse a una sociedad que
posee el poder originario. Sociedad que como dije, no es estable, no es inmutable, ni es ordenada, todo lo contrario, está compuesta de diferentes intereses que son imposibles de conciliar al 100% pues siempre habrá en el mediano plazo (aunque también en el corto plazo) ganadores y perdedores.
Esto me lleva a la conclusión: no es que los políticos quieran actuar como actúan, tampoco es que sean menos preparados. Es que los políticos son en este sistema, los mejores para hacer las cosas que se deben hacer. Este sistema necesita orden porque tiende al desorden, es caótico y desequilibrado; esa búsqueda conlleva que a veces se actúe con fines
electorales y otras con fines
políticos, o sea, o se buscan votos, o se buscan políticas ideológicas, ese es el dilema que no puede ser superado en política, ya sea nos gobiernen los partidos o una tecnocracia.
Por esto, si el diagnóstico está desviado, la solución tiende a la utopía, al idealismo, y consecuentemente a imposiciones que no superan los problemas iniciales. Si lo que se busca es un gobierno iluminado, tecnócrata, o una autocracia que luche contra las "oligarquías/élites/partidos", el resultado es peor que la misma enfermedad.
Las utopías y el idealismo son por esencia autodestructivas porque su ejecución requiere de un consenso absoluto en la idea preconcebida, y lo que menos hay en la sociedad es consenso, la norma es el disenso, la discrepancia y los intereses contrapuestos.