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La paranoia de Puigdemont
josep lópez de lerma 03/27/2021 | 12:46
Ha comenzado el pleno del Parlamento de Cataluña destinado a elegir un nuevo presidente de la Generalitat cuando entrego este artículo a la dirección del Diario de Girona. No dispongo de la votación final, por tanto, pero los medios de comunicación nos han adelantado unánimemente que la votación no producirá la prescrita mayoría absoluta para poder invertir el candidato Pere Aragonés en primera vuelta. Todo dice que, como máximo, podrá obtener 42 votos (ERC + CUP), la cifra más baja registrada en un cónclave parlamentario de este tipo desde las primeras elecciones autonómicas, en 1980. Así abrimos defectuosamente la legislatura marcada por la abstención más alta producida en todos los comicios catalanes. Por tanto, no se puede empezar peor la tercera entrega de la tragicomedia del «proceso»; es decir, la tercera etapa hacia ninguna parte. ERC ha querido formar un Gobierno independentista en vez de uno de izquierdas y así le va.
Es lo que tiene la democracia: la ciudadanía tiene el derecho a elegir pero también el derecho a equivocarse. La democracia se basa en el sentido de la responsabilidad individual y colectiva ejercida en todo momento, incluso cuando se trata de elegir bien la papeleta de votación. Y si cada uno es muy capaz de sacar sus personales conclusiones sobre el resultado electoral, la mía es coincidente con la opinión expresada por el escritor Arturo San Agustín: «En Cataluña, la valentía, que muchas veces es sólo una forma de decencia, nunca ha sido un bien abundante ». Nos gusta que nos pastoreen e incluso que nos engañen. Sólo así se explica que el porcentaje de abstencionistas, de votos en blanco y de votos nulos subiera el 47,73% y que, como resultado de este pasotismo, las opciones independentistas lograran 74 de los 135 escaños en juego. Nos merecemos lo que tenemos y somos responsables, aunque unos más que otros y siempre enmarcado en el secreto de elección.
¿Y qué tenemos? Pues de nuevo la dictadura de Carles Puigdemont desde su exilio dorado de Waterloo que el Parlamento Europeo no considera exilio, sino apto para que la justicia española, que es la nuestra, lo ponga de nuevo en busca y captura. La Unión Europea, mediante sus diputados electos, lo considera, como yo, un cagado y un prófugo, pero dicho de manera menos dramática en las formas. No hay más verdad objetiva que esta por más que determinada clase periodística, la de Pepe Antich, por ejemplo, nos diga lo contrario con el lastimoso y muy catalán «pobre chico» de antemano. Porque es la paranoia de Puigdemont la que hace imposible la normalidad en Cataluña con la ayuda de una ERC adolescente a pesar de sus cien años de existencia y la anárquica CUP, votada por la burguesía capitalina y rural de Cataluña, ya que hijos e hijas de papá son sus miembros más conocidos.
La paranoia del chico de Amer consiste en no aceptar los resultados del 14-F. No las acepta de iure porque, según le dicta su mente, él sigue siendo el presidente legítimo de Cataluña y debería volver a esta tierra de la misma manera que lo hiciera Josep Tarradellas. Y tampoco las acepta de facto para que no las ganó su formación política, JxCat, sino el PSC seguido de ERC. Esta doble ducha escocesa más la desprotección internacional acordada por el Parlamento de la Unión Europea le ha trastornado del todo el cerebro en improbable caso de que no lo estuviera antes. Si algo no sabía del Puigdemont que traté es su alto sentido de la venganza y de la mezquindad.
La venganza nos llega ahora en forma de resistencia a investir a Aragonés como nuevo presidente de la Generalidad de Cataluña. No le perdona que lo haya sobrepasado en votos mientras se olvida que él y su partido han dejado por el camino 380.002 votantes respecto de las elecciones de 2017, han perdido dos escaños y se han convertido en la tercera fuerza del Parlamento. Pretende que por encima de la Generalidad se encuentre un fantasma (bien subvencionado) llamado Consejo por la República, que ni el presidente Tarradellas tuvo por criterio propio. Es la diferencia existente entre un exilio de verdad y un exilio inventado. En el primero se pasan muchas penurias; en el segundo, ninguna, y además se vive muy bien. Incluso es económicamente rentable. Un gilipollas amoral, el tal Puigdemont, que ni hace ni deja hacer. Mientras tanto, Laura Borràs, su subordinada hoy pero ya veremos si mañana, ha puesto el reloj en marcha. O ERC se rebaja quince mil kilómetros bajo tierra o vamos a nuevas elecciones. El otro día, el dibujante Batllori apostaba por esto último a la última de las viñetas que conforman habitualmente su tira. No será un servidor que diga hoy lo contrario que los vasos comunicantes comportan que del tontismo electoral depende el idiotismo de las direcciones de los partidos independentistas, y viceversa. Más claro, el agua.