Muere Marco Pannella, fundador del Partido Radical italiano.

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Col. Rheault
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Muere Marco Pannella, fundador del Partido Radical italiano.

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Muere Marco Pannella, luchador por los derechos civiles en Italia

El líder radical, fallecido a los 86 años en Roma, es calificado por Renzi como "un león de la libertad"

Pablo Ordaz - Roma - 19 MAY 2016 - 21:05 CEST

Detrás de todas las batallas por los derechos civiles en Italia —una tarea tan difícil que aún está caliente y descafeinada la recién aprobada ley de uniones homosexuales— siempre estuvo Marco Pannella, el líder radical cuya honestidad sin sombra han puesto de relieve sus más viejos adversarios políticos y religiosos en la hora de su muerte, acaecida el jueves en Roma a los 86 años de edad. Pannella (nacido el 2 de mayo en Teramo, centro de Italia) era tan difícil de encasillar que todas las etiquetas que le pusieron y que incluso él aceptó —periodista, radical, socialista, anticlerical, antimilitarista, pacifista—, se supeditan a su actitud vital de luchador. Su biografía está llena de grandes batallas —a favor del divorcio en los años 60, del aborto en los 70, de los derechos civiles todavía— y también de pequeñas y exóticas escaramuzas como la de exigir la despenalización de las drogas repartiéndolas por Roma, por lo que fue detenido y condenado en 1995. De ahí que, hasta los poderes fuertes italianos contra los que tanto luchó, hayan terminado admitiendo su altura moral. El primer ministro Matteo Renzi lo ha definido como un “león de la libertad” y el Vaticano, por boca de su portavoz, Federico Lombardi, ha destacado su “importante herencia espiritual y humana y su lucha generosa por los más débiles y necesitados”.

Pero tal vez haya sido la excomisaria europea y exministra italiana Emma Bonino, a fin de cuentas su compañera de tantas batallas en el Partido Radical —fundado por Pannella en 1955 después de una breve y desilusionante experiencia democristiana—, la que con una sola frase haya glosado mejor su figura: “Lo echarán de menos hasta sus adversarios”. Porque Pannella, recuerda Bonino, aportó a la política italiana —tan sobrada siempre de juegos florales e intereses creados— grandes dosis de “pasión, compromiso, sentido de las instituciones, respeto por las reglas y, sobre todo, por el adversario”. El líder radical luchó con todo y contra todos, pero jamás rompió los puentes. En las imágenes de toda una vida que los periódicos italianos están publicando llaman la atención las fotografías de sus últimos años. Ya sentenciado por la edad, las huelgas de hambre y los dos tumores que a la postre terminaron con su vida, Marco Pannella recibió en su casa a todos, desde Matteo Renzi a Silvio Berlusconi. Con todos discutía y a todos retaba, con su mirada azul, su sonrisa perpetua, su cigarro encendido y unas manos grandes para la lucha y también para el abrazo.

Si algo odiaba el viejo radical eran los dogmas. Ya en 1975, en la plenitud de su carrera política, aseguró en una entrevista: “Yo no creo en las ideologías. La ideología se la construye cada uno con lo que le sucede en la vida, incluso por azar”. Como cuenta Gianluca Luzi en La Repubblica, aquellas declaraciones provocaron gran escándalo, sobre todo teniendo en cuenta que “en aquellos años, aparte del Vaticano, existían en Italia dos iglesias políticas: la democristiana y la comunista, ambas fuertemente ideologizadas, sobre todo la segunda. Declarar la ausencia total de ideología era más o menos como una blasfemia política”. Además de su lucha por los derechos civiles en Italia, Pannella decidió en los años 90 transformar el Partido Radical en una formación transnacional, incorporándose a las causas mundiales contra la pena de muerte o el hambre en el mundo. Bien mirado, se trataba de una vuelta a los orígenes: en 1968 ya fue detenido en Sofía mientras protestaba por la invasión de Checoslovaquia perpetrada por las tropas del Pacto de Varsovia.

Para anunciar su muerte, la Radio Radicale que él fundo emitió el Réquiem de Mozart. También hubo quien recordó aquella canción que le dedicó Francesco De Gregori: “El señor Hood era un caballero, siempre inspirado por el sol. Con dos pistolas cargadas con balas de fogueo y una cesta llena de palabras”. Ese era Marco Pannella.

http://internacional.elpais.com/interna ... 82634.html


Imagen
Leonardo Sciascia y Marco Pannella
https://it.wikipedia.org/wiki/Marco_Pannella



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Col. Rheault
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Re: Muere Marco Pannella, fundador del Partido Radical italiano.

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TRIBUNA LIBRE

El derecho de Estado contra el Estado de derecho

Marco Pannella


Desde hace unas semanas hay, en algún lugar de Europa, un país en el que una persona se puede pasar legalmente doce años en prisión antes de ser sometida a juicio. Hasta ahora, el límite establecido era de diez años, pero sin duda lo estimaron demasiado liberal y lo corrigieron. Y el país, tan tranquilo.En ese mismo país, y con el mismo motivo, acaba de reconocerse el derecho formal de militares y policías a registrar barrios enteros y hasta toda una ciudad, si hace falta, sin orden ni supervisión judicial, tanto de día como de noche, simplemente ante la sospecha de que exista algún escondite de armas. En adelante, un pogromo dejará de serlo para transformarse en una acción pública totalmente legal. Y el país, tan tranquilo.

Aquí la imaginación ya está en el poder: ¿Qué jurista, en cualquier otro lugar, sería capaz de concebir delitos tales como el de... cumplimiento virtual de actos sospechosos de ser objetivamente preparatorios de violencias terroristas? ¡El mismo derecho canónico nunca fue tan atrevido, tan prolijo y tan preciso! Aquí es ley desde hace unas semanas. Y el país, tan tranquilo.

Desde hace 49 años

Satisfecho, contento de saber por fin que, siempre en virtud de ese mismo decreto -en caso de extralimitaciones militares o policiacas, desde luego-, se detiene al culpable, si la ley lo exige o el juez lo ordena, pero la prisión es su cuartel, adonde debe acudir el juez para interrogarlo. Si el asunto se pone delicado, el fiscal general, sin necesidad de motivar su decisión, puede sustraer su instrucción de las manos del juez que la lleve y encargarse él mismo de ella o confiársela a sus ayud antes. Y el país sigue tan tranuilo.

En este país, desde hace 49 años, entre los delitos perseguibles por la vía penal están los de vilipendio -ultraje, esa majestad- del jefe del Estado y del Gobierno, de la religión del Estaclo, de los oficiales de un regirniento del Ejército o de los magistrados de un tribunal. Hay, al raenos, una decena de delitos de subversión ideológica y de opirtión, como, por ejemplo, las instigaciones al odio de clases. Todo ciudadano que haya cumplido el servicio militar permanece sujeto a la jurisdicción militar y a sus códigos militares de paz, promulgados en otro tiempo por su majestad el rey de Italia y (le Albania, emperador de Etiopía, y por su «jefe de Gobierno, por la gracia de Dios y la voluntad de la nación», el Duce del fascismo, Benito Mussolini, 1941.

Así pues, como se ve, el derecho del Estado no se preocupa en Italia del Estado de derecho. Desde que la unión nacional y el compromiso, histórico han unido a la Democracia Cristiana y al Partido Comunista, con sus tendencias externas y sus fieles, se han agravado seis veces los códigos Fascistas en el espacio de cuatro años.

¿Qué importa que hasta en su discurso sobre El estado de la Unión el presidente Carter haya hecho pública su preocupación ante los riesgos de una respuesta autoritaria al terrorismo en Italia, y que se citen los secuestros, puntuales y reguígres, de un semanario satírico romano? ¿Qué importa que The Economist sea del mismo parecer? La única oposición en Roma son los radicales. Y los radicales han sido declarados fuera de la ley en adelante, sobre todo por Berlinguer, con más violencia verbal y de la otra de la que se le reprocha a Marchais contra Mitterrand y Rocard.

En efecto, ¿por qué dar crédito a esos extraños herejes que somos nosotros? ¿Para qué divulgar nuestros «excesos», nuestras «paradojas»? ¿Qué importa que denunciemos -sin que casi nadie lo sepa-, tanto en París como en Roma, que el presupuesto de la Administración de justicia no sea más que el 0,67% del presupuesto nacional, mientras que desde hace años pedimos que se le triplique, por lo menos? ¿Qué importa que nos quedemos solos al exigir que se respete la Constitución al cabo de 32 años, creando, por lo menos, esa policía judicial dependiente directamente de los magistrados y de la que nadie quiere que se hable? ¿Qué importa que nos hayamos opuesto al decreto aquí citado porque constituía el 67º en seis meses, uno cada dos días laborables, lo que representa un verdadero golpe de Estado permanente, denunciado por el presidente de la República y los presidentes de las asambleas? El número 67, mientras que durante los cinco años de la Cámara legislativa clerical y autoritaria elegida en 1948 el Gobierno dictó, en total, siete. ¿Qué importa que exijamos inútilmente que después de once años se concluya el proceso de la primera gran matanza terrorista, la ocurrida en Milán el 11 de diciembre de 1969, que, según ha probado la justicia, contó con complicidades de los servicios secretos de la Administración del Estado (que en el mejor de los casos sería el aprendiz de brujo de las matanzas de hoy) y otras muchas, más graves quizá, como la de los tres carabineros asesinados en Peteano en 1970?

¿Quién puede negar, en efecto, que entre los diferentes terrorismos un círculo infernal de chantaje paraliza a los poderosos de ayer y de hoy? En último extremo, el poder de los partidos oficiales, en Italia, no cuenta sólo con las leyes citadas, no sólo con procedimientos insólitos (esos generales llamados inspectores generales de la Administración en función extraordinaria o prefectos, u otros que asumen el mando de regiones donde se concentra un 40% de los ciudadanos italianos, una política de armamento frenético de las fuerzas militares de policía y hasta de los guardias de hacienda), sino también con mayorias parlamentarias soviéticas o fascistas del 90% o 95% de los representantes elegidos; con la casi totalidad de la prensa (toda subvencionada por el Estado), con esos sindicatos tan politizados, con los poderes regionales, con la Cofindustria, así como con las cooperativas...

El Estado, derrotado

Y, sin embargo, en el aspecto militar, como puede verse, son los terroristas los vencedores. El Estado está acosado por bandas de desesperados o fanáticos cuyos actos infames gozan de plena libertad para difundirse e incrementarse día a día desde hace años. Este circulo infernal se nutre a sí mismo. Cada asesinato solicita -explícitamente, de manera convergente, por una y otra parte- una ley igualmente infame. Cada ley de este tipo, en este juego de sangre, se convierte en un banderín de enganche para los dos campos. Héroes y mártires: esa es la moneda corriente en esta pax romana.

El único blanco contra el que esta clase dirigente democristiana y comunista apunta, e incluso consigue dar, es el mismo al que apuntan los terroristas: el Estado de derecho, la Constitución republicana, la esperanza de una mayor justicia en una mayor libertad, una civilización jurídica, liberal y democrática. Así es como la oposición no violenta, constitucional, pacifista, democrática, legalista e intransigente, cuyo instrumento y organizador es el Partido Radical, está a punto de convertirse en el verdadero enemigo de este régimen. Frente a las infamias terroristas y a estos crímenes jurídicos de los partidos oficiales, nuestra oposición molesta y da miedo.

Cada vez es menos necesario demostrar la eficacia de nuestros métodos. Por medio de nuestra acción parlamentaria, de nuestras luchas no violentas (juventud, objeción de conciencia, desobediencias gandhianas y socráticas), nuestras campañas referendarias (aborto, leyes de excepción, financiación pública de la burocracia y de los aparatos de partido, códigos penales y militares fascistas, leyes que niegan los, derechos de las instituciones locales a controlar la instalación de centrales nucleares, tenencia de armas, caza incontrolada y salvaje ... ), de nuestras acciones parlamentarias tanto internacionales como nacionales contra el exterminio por desnutrición, se dibuja y se afirma una alternativa que ayer parecía menos real que las alucinaciones y las llamaradas calificadas de revolucionarias y que la realpolitik comunista o democristiana. Para el que quiera verlos, numerosos síntomas vienen a demostrarlo: desde las prisiones, por ejemplo, donde los náufragos de la acción violenta se convierten en la no violencia.

Dos escuelas

De este desastre tiene tanta parte de culpa el Partido Comunista como la Democracia Cristiana. Es el instrumento poderoso, el primer motor de esta política llamada de unidad nacional o de compromiso histórico, que no es para mañana, por la sencilla razón de que funciona y prevalece desde hace, al menos, un decenio. La lucha (si se puede llamar así) es una lucha entre dos escuelas diferentes: más vale -según una de ellas- que los papeles sigan siendo los de una Democracia Cristiana que tiene el monopolio del supuesto poder, y el PCIel de una supuesta oposición, mientras que -para otra escuela- más valdría que todos estuvieran oficialmente en el seno del mismo, Gobierno (cuestión de poner algunos bancos y taburetes más alrededor de la mesa del Consejo de Ministros, que desde hace algunos años no hace más que obedecer la voluntad de los partidos de la unidad nacional).


Mientras tanto, el Estado está en plena putrefacción. Como todos los padrinos de la unidad nacional tienen una especie de veto sobre todas las leyes importantes de reforma, no hay reforma que no se pudra ya antes de ver la luz. Es el obstruccionismo permanente contra el Parlamento y contra toda posibilidad de Gobierno-real de la sociedad.

Nosotros, los radicales, hemos bloqueado durante diez días, pero abiertamente, democráticamente, según los reglamentos y la Constitución, el itinerario de una de esas leyes inútiles y violentas, fascistas. Entonces, ¡qué escándalo! Pero nadie se escandaliza de las leyes violentas, bárbaras y suicida!; inadmisibles, según parece, si se promulgan en Moscú o en Buenos Aires (y entonces habría que demostrarlo). Se escandalizan ante quienes intentan darlas a conocer y juzgar, dentro del respeto a la no violencia, a las leyes y a los reglamentos parlamentarios. Somos nosotros, una vez más, los «fascistas», los «traidores sociales», los «terroristas», los «maricas», los «drogados», los «sionistas», los «exhibicionistas», los «fanáticos», los irresponsables. Lo mismo que fueron juzgados por el PCE y sus partidos hermanos, por el partido fascista en los años treinta, todos los auténticos antifascistas, ya se llamasen Gramsci, o Rosselli, Trostky o Russell ya se llamasen Zinoviev o Blum, Brandt o Mann.

Pero los aprendices de brujos no han terminado ahí. De ahora en adelante, en Italia será posible y factible un golpe legal. Sin cambiar las leyes de Zaccagnini y de Berlinguer será posible que cualquier violento o impostor, rojo o negro (de hecho los dos colores a los que más apostó Benito Mussolini), mantenga el poder en Italia.

¿No valdría la pena, queridos amigos y camaradas, abrir un debate en París sobre este tema?

* Este articulo apareció en la edición impresa del Domingo, 20 de abril de 1980
http://elpais.com/diario/1980/04/20/opi ... 50215.html

Marco Panella es presidente del Partido Radical italiano.
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Col. Rheault
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Tribuna:LA PRESIDENCIA DEL PARLAMENTO EUROPEO

Un crisantemo para la izquierda

Marco Pannella

[7 FEB 1987 La reciente elección para la presidencia del Parlaménto Europeo, que recayó en el conservador británico Henry Plumb, es consecuencia, según el autor de este artículo, de un pacto de acero que aglutinó a partidos de diversas tendencias. Esa elección enfrentó al conservador Plumb, al socialista español Enrique Barón' y, en primera instancia, al propio autor de este trabajo.]


La elección para el cargo de presidente del Parlamento Europeo del thatcheriano sir Henry Plumb es el resultado de un pacto de acero -respetado con disciplina estalinista por parte de la Democracia Cristiana italiana y europea, de la derecha de Le Pen en Francia, y por la de Almirante en Italia- con los conservadores británicos, al que ha acabado sometiéndose también el Partido Liberal Italiano (PLI), una parte del Partido Republicano Italiano (PRI) y otros grupos de la derecha europea y del centro.Iniciativa federalista

A este resultado contribuyeron socialdemócratas, socialistas y comunistas, los cuales, hasta el final, testarudamente, en contra de toda lógica política y de los números, desearon un choque entre derecha e izquierda, negándose a aceptar esa iniciativa federalista nuestra que ya había herido profundamente a la candidatura de derechas, gracias a la aportación de los laicos italianos y europeos, y ello pese a la atención positiva de Claudio Martelli y de Lionel Jospin, y el éxito inesperado de los 61 votos para mi candidatura, en la primera vuelta. El emblema de estas izquierdas no es ni la rosa ni el clavel. Es el crisantemo. Sólo se unen en los funerales, que ellas mismas provocan, y ello -Cuando no reniegan unas de otras.

Habrían bastado, otros tres diputados democristianos o laicos, al final, para que fuese elegido el menos antifederalista de los candidatos, para derrotar al de la Europa del statu quo y de la impotencia anarcoide, de la putrefacción y del inmovilismo.

Al menos 20 diputados de derechas y de centro siguieron, esta indicación nuestra, al comprender que la elección del socialista español Enrique Barón, candidato de una izquierda que les había hecho morder el polvo porque había permanecido a ras del suelo, habría sido por ello una victoria nuestra, de los europeístas-federalistas coherentes y honrados. Honrados con esa honradez que nos había llevado a nosotros, radicales anticlericales y antiavellineses, a apoyar oficialmente la candidatura del democristiano Pflimlin o de la liberal Simone Veil, del área giscardiana. Por desgracia, esos 20 colegas no han sido suficientes, por un pelo y por falta de firmeza de otros...

Este acontecimiento es el espejo de lo que sucede en Roma y en Bruselas, con los Gobiernos Craxi-Andreotti-Spadolini, y con Delors. Ya sé que Craxi recibió como tenía que ser al presidente Delors el otro día, recordándole que la Comisión de Bruselas se halla retrasada incluso respecto de las indicaciones de las cumbres de los jefes de Estado y de Gobierno, sede de renacionalización de la Comunidad; sé también que en Bruselas algunos comisarios (ministros) que rodean a Carlo Ripa di Meana tratan de modificar esta política. Pero eso no quita para que en Roma y en Bruselas todo se esté desmoronando.

Continuaremos la lucha en el Parlamento, con la actitud dura de esos diputados que quisieron, permitieron y sostuvieron mi candidatura federalista (la falta, ay, de otras!) y su éxito. Pero es urgente que en vez de las internacionales de los partidos se cree inmediatamente un partido internacional que luche, a la manera de Gandhi, desde abajo y no sólo desde las instituciones, con el fin de unificar Europa, del mismo modo que se unificó la India. El congreso del Partido Radical, que se celebrará en Roma el 26 de febrero, deberá tener esta ta rea primordial, siempre que sepa acentuar su carácter de segundo partido, que ve lejos y que sabe luchar cerca del corazón de la gente y de la necesidad de la historia, tal como hicieron durante medio siglo Colorni, Rossi y Soinelli.

Marco Pannella es miembro del Parlamento Europeo en representación del Partido Radical italiano.

* Este articulo apareció en la edición impresa del Sábado, 7 de febrero de 1987
http://elpais.com/diario/1987/02/07/int ... 50215.html
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Tribuna:

La vieja doblez de la vida italiana

Leonardo Sciascia


Marco Pannella es el único hombre político que demuestra constantemente poseer el sentido del derecho, de la ley, de la justicia. Podrá haber otros, pero sin rostro y sin voz, hundidos y sumergidos en partidos cuya sensibilidad ante los problemas del derecho se manifiesta sólo cuando una orden de detención alcanza a hombres de su aparato. Por lo demás, se quedan en silencio. Más aún, ciertos árbitros de la Administración de justicia cuando tocan a los miembros de otros partidos se lo adjudican a la actuación activa y puntual de los jueces. Todo esto forma parte de la vieja y fundamental doblez de la vida italiana: es bueno y justo lo que nosotros hacemos y lo que nos acarrea una ventaja, pero es injusta y digna de castigo la misma e idéntica acción llevada a cabo por los demás. Doblez que puede remontarse al catolicismo de la Contrarreforma y que tiranías, fascismos y antifascismos (y no sólo el fascismo y antifascismo cronológicamente determinables) han ido alimentando y perfeccionando.

Pannella y las no muchas personas que piensan y sienten como él (y a las que me honro de pertenecer) se encuentran, pues, frente a una tarea grave y difícil: recordar a los sin memoria la existencia del derecho y reivindicar tal existencia frente a los juegos de poder, que precisamente conduce la política italiana en el vacío del derecho y en su atropello.

Se hace lo que se puede, y para llamar la atención de los italianos acerca de un problema tan grave y duro, Pannella se ve a veces constreñido (él, que cuando se le conoce es un hombre de gran elegancia intelectual) a bobadas que parecen a veces funambulescas o groseras. Pero ¿Cómo hacer para vencer lo que podría considerarse como una congénita insensibilidad de los italianos frente al derecho sino a través de la provocación, el insulto, el espectáculo? Suele decirse -imagen retórica entre tantas que nos afligen- que Italia es "la cuna del derecho", cuando en realidad es su ataúd. Si un ciudadano entra vivo en una jefatura de policía y sale muerto por las torturas sufridas -como ha acaecido en Palermo no hace muchos meses- es un hecho preocupante que entre los hombres políticos sólo Pannella haya sentido el deber de participar en su funeral y de denunciar la desmedida y horrenda vergüenza infligida al Estado. Y no sólo esto: por haber participado en dicho funeral y haber dicho lo que dijo, Pannella fue reprendido, acusado, considerado un subversivo. ¿Cómo es posible que no se comprenda que entrar vivo (sólo sospechoso de un delito, no regularmente imputado) en una jefatura de policía y salir muerto es un hecho inmensamente más grave que la existencia misma de la Mafia, y que el delinquir por parte de aquellos a quienes los ciudadanos y el Estado confían la responsabilidad de combatir el delinquir no es un incidente técnico sino más bien una catástrofe que despoja al Estado de dignidad y de credibílidad?

Dos lugares comunes, dos idées reçues del tipo de las que Flaubert recoge en su diccionario, están en la base de la casi total indiferencia de los italianos ante el problema de la justicia. La primera está condensada en el refrán "No hay humo sin asado"; es decir, que si uno es acusado de algún delito, el delito debe existir de algún modo, aunque las pruebas no sean evidentes. La segunda se expresa en esta constatación: "Lo cierto es que a mí no me pasa", que quiere decir: "A nadie que sea inocente como yo, honrado como yo, ciudadano perfecto como yo lo soy, puede pasarle la desventura de ser detenido". Que pueda haber humo sin que haya carne en el fuego es una verdad cotidiana y trivial, pero se rechaza enseguida frente a una orden de detención. Y que tal orden de detención pueda recaer sobre nosotros, inocentes, honrados, buenos ciudadanos, es un hecho inconcebible, hasta que nos pasa precisamente a nosotros, o a nuestro prójimo más cercano, y quizá ni siquiera en dichos casos somos capaces de pensar en la iniquidad de las leyes o del juez y acabamos proclamándonos víctimas de las circunstancias, del accidente, del destino.

Cuando la opinión pública se muestra dividida acerca de algún caso judicial espectacular -dividida en inocentistas y culpabilistas-, en realidad la división no se realiza sobre el conocimiento de los elementos procesales a cargo del imputado o a su favor, sino más bien según simpatías o antipatías. Como se apuesta sobre un partido de fútbol o sobre una carrera de caballos. El caso Tortora (popular presentador de la televisión italiana acusado de pertenecer a la Camorra) es a este respecto ejemplar: quienes detestaban los programas televisivos dirigidos por él querían que fuese condenado; por el contrario, los que se habían aficionado a ellos querían su absolución.

Si esto acaece en los casos que interesan a cada uno de los individuos frente a la justicia penal, puede uno imaginarse lo incomprensibles que se presentan los problemas de derecho institucional, de derecho constitucional. Una crisis de Gobierno como la que ha atravesado Italia los días pasados, distinta de las anteriores precisamente porque es institucional -es decir, porque es constitucional-, en la visión de los italianos es absolutamente indescifrable. Ya en su nacimiento fue de una increíble abstracción frente a la realidad del país, a las estrategias y prácticas de la política, a los intereses de los cinco partidos que componían la mayoría del Gobierno. Una abstracción que se complica y se amplía en su desarrollo hasta el encargo a Amintore Fanfani de formar Gobierno; el cual, al parecer, aunque el Parlamento le hubiese concedido la confianza, tenía de su partido (la Democracia Cristiana) la orden de dimitir y de anticipar las elecciones.

¿Por qué esta crisis?, se preguntan los italianos. El Gobierno de Craxi era, por el momento, lo mejor que se podía tener. Aun admitiendo que la prosperidad económica alcanzada por Italia en estos años se hubiese debido a circunstancias y factores ajenos a la voluntad del Gobierno, lo cierto es que dicha prosperidad ha existido. El Estado había empezado a demostrar, si no su eficiencia, por lo menos la voluntad de combatir los enormes fenómenos de la criminalidad asociada. No se puede, por ejemplo, olvidar que fue el ministro Rino Formica, socialista, ministro de Finanzas, el primer hombre del Gobierno que puso en movimiento a la policía fiscal para indagar sobre los patrimonios y negocios de camorristas y mafiosos.

La política exterior de Italia logró, gracias a ciertas pruebas de independencia, un prestigio que tanto gusta a los italianos. Las protestas sindicales se hicieron menos virulentas. Italia, a fin de cuentas, había empezado a revelarse gobernable y gobernada. Y justo en dicho momento los democristianos deciden que Craxi debe ceder su puesto, que ha llegado el momento de que la presidencia del Gobierno vuelva a ellos. Más aún: una vez que Craxi acepta su imposición deciden que la alianza de gobierno de los cinco partidos, el llamado pentapartido, ya no se sostiene; que es necesario anticipar las elecciones (cuyo resultado no se apartará mucho de las anteriores) y pensar en nuevas combinaciones de gobierno, de las cuales los socialistas puedan, si no ser excluidos, por lo menos no tener el papel de aguafiestas en el diálogo entre Democracia Cristiana y partido comunista en su ya ancestral relación especular. Relación no del todo explicable en términos políticos, pero sí comprensible en térnúnos de afinidad -por así decir- mística, en la herencia de intolerancia que cada uno de sus partidos arrastra históricamente. Y se entiende así, por parte de ambos partidos, la oposición a los referendos en general y en particular al de la responsabilidad de los jueces.

La crisis, pues, es menos abstracta de lo que puede parecer a la mayoría de los italianos. Y más peligrosa.


Copyright EL PAÍS.
* Este articulo apareció en la edición impresa del Domingo, 3 de mayo de 1987
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