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SABELA escribió: ↑26 Ene 2025 13:05
me suena que a Garzón le pusieron a caer de un burro por decir cosas parecidas.
Garzón ha tenido dos polémicas importantes sobre la cuestión alimenticia.
Una fue cuando nos recomendó a todos comer menos carne por el bien del planeta, porque las flatulencias de las vacas (lol) contribuían al calentamiento global. Lo hizo justo después de haberse ido de luna de miel a Nueva Zelanda, generando así más emisiones de CO2 de las que he generado yo comiendo carne de forma habitual toda mi vida. Ah, y también después de haber servido un buen chuletón en su boda, que consejos vendo que para mí no tengo. Por supuesto, no recomendó hacer nada contra los responsables de las mayores emisiones de CO2 del planeta (el mayor de todos, por ejemplo, es el ejército estadounidense), porque Garzón sólo se atrevía a responsabilizar a trabajadores y consumidores de los supuestos males del planeta.
La otra polémica fue cuando la "izquierda" propagó el bulo de que a Garzón le pusieron a caer de un burro por haberse atrevido a criticar las macrogranjas, algo que no era cierto (otro bulo de los preocupaos por los bulos). A Garzón le pusieron a caer de un burro porque, siendo ministro del gobierno de España, se fue a un periódico extranjero (The Guardian) a criticar la calidad de parte de la carne que exporta nuestro país, con lo que ello supone de desprestigio internacional para la industria cárnica española. Para más inri, eso, efectivamente, lo hizo en un contexto de crítica a las macrogranjas españolas... siendo él mismo ministro de Consumo y sin que haya legislado absolutamente nada contra ellas. Cuando tienes poder, los trapos sucios no se critican: se lavan, y en casa.
Precio de la energía eléctrica por las nubes, la inflación disparada, los bancos imponiendo comisiones abusivas, especulación sobre los tests de antígenos… ese era el contexto en el Garzón decidió preocuparse mucho de las macrogranjas. Es difícil imaginar a un ministro de Consumo que pueda preocuparse menos de los problemas reales del consumo de la mayoría de los ciudadanos.
Y antes de que llegue el mermado de turno a decir que defiendo las macrogranjas: sí, lo ideal sería que las macrogranjas no existiesen, que toda la ganadería fuese extensiva y no intensiva, que los animales tengan una vida y muerte decentes, y que los daños al medioambiente sean mínimos. Pero ese es un análisis ecocapitalista, en el que las cuestiones de clase brillan por su ausencia. Como siempre, el análisis que debiéramos hacer es marxista: ¿cuál es el papel de la clase trabajadora en todo esto? ¿cómo nos afecta este debate? Porque si los trabajadores podemos comer carne hoy en día, aunque sea de mala calidad, es gracias a la ganadería intensiva. Y una cosa es que sea aconsejable para nuestra salud que comamos menos carne de la que comemos, mejorando nuestra educación nutricional y hábitos alimenticios, y otra muy diferente que los pobres no podamos comer carne en absoluto mientras los ricos puedan hincharse a consumirla cuanto quieran. Porque si toda la ganadería fuese extensiva, y aunque erradicásemos toda la superficie forestal de nuestro país para dedicarla a ella (algo quizás no demasiado deseable), toda la carne producida en ese escenario no bastaría, ni de lejos, para satisfacer nuestro consumo, ni aunque lo redujésemos considerablemente. El precio de la carne se dispararía y se convertiría en un bien de lujo, una delicatessen accesible sólo para los más ricos. La situación sería similar a la actual reducción del uso de combustibles fósiles que se ha llevado a cabo en occcidente, y que nos ha llevado a estar pagando las tarifas de luz más caras de la historia. Del mismo modo, el precio de eliminar la ganadería intensiva en una economía de mercado como la actual sería una degradación de las condiciones alimenticias de la clase obrera.
La única forma de garantizar tanto el bienestar de la clase trabajadora como la calidad de la carne que se produce, o las condiciones medioambientales y de los animales utilizados en su producción, es mediante una economía planificada en la que todos esos criterios puedan ser tenidos en cuenta a la hora de decidir qué y cuánto se produce, en qué condiciones y cómo se distribuye lo producido. En el contexto capitalista, sin embargo, todo ello está determinado únicamente por criterios de mercado. Y dado que la superación del sistema capitalista y su reemplazo por una economía socialista es algo que en la actualidad no está en absoluto encima de la mesa, hablar de reducir o eliminar la ganadería intensiva en beneficio de una ganadería extensiva que disparará los precios de la carne supone un ataque (otro más) a los intereses de la clase trabajadora.
Por cierto que las tesis de Garzón no eran originales suyas. El gobierno alemán ya había anunciado un año antes que iba a declarar la guerra a la carne barata, a través de varias iniciativas que conlleven una subida de precios. En 2021, una comisión oficial integrada por grupos ecologistas y empresarios de la agricultura recomendó que la carne de vacuno costase cinco o seis veces más de lo que cuesta actualmente, y que los precios actuales de los productos lácteos se multiplicasen por entre dos y cuatro veces. Todo ello iba en sintonía con diversas iniciativas públicas en la UE encaminadas a fomentar el consumo de insectos como sustitución barata y “sostenible” de la carne, para que en el futuro nuestros hijos coman insectos mientras que el empresario para el que trabajen pueda comerse sus buenos bistecs de ternera.