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Complicado panorama político el que se abre en España, pero no imposible. Opciones para salir adelante hay, aunque los escollos a superar para alcanzarlas sean complicados. La primera prueba a superar, sin la cual no se pasa a la fase definitiva, es la de conseguir la investidura de un presidente del Gobierno, un líder que pueda formar Ejecutivo para intentar gestionar el país aunque sea en minoría, a golpe de diálogo y pacto. De lograrlo, el Parlamento cambiaría radicalmente pasando del plúmbeo rodillo que aplican las mayorías absolutas al frenesí de la negociación diaria. Más vida, sí, pero quizá también, mayor inestabilidad.
En este ejercicio de alianzas que se inicia ahora todas las fuerzas políticas tendrán que retratarse. Las fórmulas posibles reservan pros y contras para todas ellas:
Acuerdo entre PP y PSOE
La responsabilidad de alcanzarlo cae fundamentalmente en el terreno de los socialistas, que pese a perder 20 escaños, siguen segundos. La suma de PP y PSOE -213 escaños- sería aritméticamente imbatible. Si se trata sólo de un acuerdo de investidura, el PSOE podría desmarcarse a continuación y ejercer la oposición con la ventaja de poder cobrarle al PP -que ha quedado primera fuerza con 123 escaños- el favor prestado.
No obstante, para los votantes duros del PSOE resultaría muy difícil de asimilar un apoyo al PP, máxime si éste se personaliza en Mariano Rajoy como nuevo presidente. A Pedro Sánchez esta decisión le pasaría factura y el secretario general no está sobrado de respaldos internos. Salvo que supiera enhebrar un discurso muy coherente y muy sólido en favor de la estabilidad del país, podría llegar a enfrentarse a un cisma interno.
Mucho más gravoso sería un pacto de gobierno. Es lo que se da en llamar gran coalición a la alemana. Cierto es que las dos fuerzas del bipartidismo lograrían de esta forma, abrazadas la una a la otra, mantenerse en el poder, pero el coste de este ejercicio en sus bolsas de votantes más ideologizados sería enorme. Esta fórmula, de hecho, ha sido, según las encuestas, la que más rechazo suscita de entre todas las posibles, en la ciudadanía.
En cuanto a la gestión del país, ambas fuerzas no tendrían problemas irresolubles para llegar a acuerdos sobre asuntos de fondo como, por ejemplo, plantar cara al independentismo catalán. E incluso sería posible que llegaran a un consenso sobre la reforma de la Constitución. Más diferencias se plantearían a la hora de abordar la política económica y fiscal, porque el PSOE mantiene firme su exigencia de derogar la reforma laboral, así como en el terreno de la educación, donde los socialistas exigen anular la Lomce.
El pacto PP-C's con abstención del PSOE
Es una fórmula posible, quizá más que la de la gran coalición. Permitiría la investidura de un presidente, previsiblemente del PP, en segunda votación, en la que sólo se necesita que los síes superen a los noes. En este caso, los populares deberían afrontar casi con toda seguridad el escenario de cambio de líder porque la formación de Albert Rivera -que ha obtenido 40 escaños- rechaza ver otra vez a Rajoy en el primer despacho de La Moncloa.
Para el PP, implicaría tener la puerta abierta para gobernar otra legislatura aun cuando sus posiciones se vean matizadas por la presencia de Ciudadanos, pero en el plano interno supondría una revolución tener que escoger una cara que sustituya a Rajoy. La vicepresidenta en funciones, Soraya Sáenz de Santamaría, ha contado con un grupo de fieles firmes en su labor como número dos del Gobierno, pero en toda la amplitud del partido sus respaldos flojean.
Con esta fórmula, los socialistas podrían salvar la cara. Probablemente sea la combinación que, tras las oportunas negociaciones, auspicie Susana Díaz. El PSOE, mirando hacia otro lado, es decir, absteniéndose, permitiría superar el caos de la ingobernabilidad sin comprometerse después en respaldar la acción del Ejecutivo.
Más contras a largo plazo tendría para Ciudadanos. Sobre todo si el pacto con el PP trasciende la pura investidura para pasar a convertirse en un acuerdo de gobierno. En este caso, la posibilidad de Albert Rivera de consolidarse claramente como la alternativa del centro derecha se difuminaría y podría acabar diluyéndose por completo.
La opción de investir presidente a un popular con las abstenciones de PSOE y C's también es posible. El escollo en este caso vendría después, porque el Gobierno que surgiera sería tan precario que previsiblemente caería a la vuelta de la esquina.
Macroalianza de izquierdas
Implicaría de primeras un acuerdo entre PSOE y Podemos -con 69 escaños- al que deberían sumarse fuerzas mucho más pequeñas como Izquierda Unida -dos diputados- e incluso independentistas como ERC -con nueve escaños- y abertzales como Bildu -que ha obtenido dos diputados-. Aún así necesitarían el apoyo de algún partido nacionalista, precisamente no de izquierdas, como el PNV -con seis parlamentarios- o Democràcia y Llibertat, con ocho escaños.
En este caso, resulta difícil aventurar quién podría ser investido presidente. La puja estaría entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Pero más difícil es aún predecir la estabilidad que tendría un Ejecutivo sostenido por tal amalgama de fuerzas. Las diferencias programáticas entre unos y otros son enormes.
El PSOE se enfrentaría a problemas de difícil solución especialmente en cuanto se abordara el conflicto catalán. Sánchez no respalda en ningún caso el ejercicio del derecho a decidir que sí defiende Podemos y que contaría con el apoyo claro de ERC, Bildu, PNV y, por supuesto, DyLl. Más aún, en el seno del socialismo surgirían tensiones porque al menos una parte del socialismo catalán apostaría por esta idea.
La macroalianza podría beneficiar a Iglesias si sabe conformar a su alrededor una masa crítica de poder. De ser así, el líder de Podemos vería allanado el camino, a costa del socialista Sánchez, para erigirse como referente claro de la izquierda. Iglesias no tendría excesivo problema con sus votantes, que ya han demostrado ser muy flexibles acomodándose al giro programático de 180 grados que su líder ha imprimido en el curso del último año.