Habría que ilustrar también la posibilidad de desplazamiento de lo que en Auschwitz irrumpió desde las sombras. Mañana puede tocarle el turno a otro grupo que no sea el de los judíos, por ejemplo los viejos, que aún fueron respetados durante el Tercer Reich precisamente en razón de la matanza de los judíos, o los intelectuales, o simplemente los grupos disidentes. El clima -ya me referí a esto- que más favorece la repetición de Auschwitz es el resurgimiento del nacionalismo. Este es tan malo porque en una época de comunicación internacional y de bloques supranacionales ya no puede creer en sí mismos tan fácilmente y debe hipertrofiarse hasta la desmesura para convencerse a sí y convencer a los demás de que aún sigue siendo sustancial.
No hay que desistir de indicar posibilidades concretas de resistencia. Es hora de terminar, por ejemplo, con la historia de los asesinatos por eutanasia, que en Alemania, gracias a la resistencia que se les opuso, no pudieron perpetrarse en la medida proyectada por los nacionalsocialistas. La oposición se imitó al endogrupo: tal es, precisamente, un síntoma muy patente y difundido de la frialdad universal. Ante todo, sin embargo, tal resistencia está limitada por la insaciabilidad propia del principio persecutorio. Sencillamente, cualquier hombre que no pertenezca al grupo perseguidor puede ser una víctima; le ahí un crudo interés egoísta al que es posible apelar. Por último, deberíamos inquirir por las condiciones específicas, históricamente objetivas, de las persecuciones. Los llamados movimientos de renovación nacional, en una época en que el nacionalismo está decrépito, se muestran especialmente proclives a las prácticas sádicas.
Finalmente, la educación política debería proponerse como objetivo central impedir que Auschwitz se repita. Ello sólo será posible si trata este problema, el más importante de todos, abiertamente, sin miedo de chocar con poderes establecidos de cualquier tipo. Para ello debería transformarse en sociología, es decir, esclarecer acerca del juego de las fuerzas sociales que se mueven tras la superficie de las formas políticas. Debería tratarse críticamente -digamos a manera de ejemplo un concepto tan respetable como el de «razón de Estado»: cuando se coloca el derecho del Estado por sobre el de sus súbditos, se pone ya potencialmente el terror.
Walter Benjamin me preguntó cierta vez durante la emigración, cuando yo viajaba todavía esporádicamente a Alemania, si aún había allí suficientes esclavos de verdugo que ejecutasen lo que los nazis les ordenaban. Los había. Pero la pregunta tenía una justificación profunda. Benjamin percibía que los hombres que ejecutan, a diferencia de los asesinos de escritorio y de los ideólogos, actúan en contradicción con sus propios intereses inmediatos; son asesinos de sí mismos en el momento mismo en que asesinan a los otros. Temo que las medidas que pudiesen adaptarse en el campo de la educación, por amplias que fuesen, no impedirían que volviesen a surgir los asesinos de escritorio. Pero que haya hombres que, subordinados como esclavos, ejecuten lo que les mandan, con lo que perpetúan su propia esclavitud y pierden su propia dignidad ... que haya otros Boger y Kaduk, es cosa que la educación y la ilustración pueden impedir en parte.
"La educación después de Auschwitz"
por Theodor W. Adorno.
Conferencia originalmente realizada por la Radio de Hesse el 18 de abril de 1966; se publicó en Zum Bildungsbegriff des Gegenwart, Franefort, 1967, pág. 111 Y sigs
http://www.ddooss.org/articulos/textos/ ... Adorno.htm