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xmigoll escribió:Voy a apoyarme en algo que ya expuse en otro hilo. Más que nada porque se encuentran relacionandos, según mi opinión, de una forma directa.
Si intentamos dar respuesta a este caso que nos presenta el sr. McCoy desde un ángulo biológico, atendiendo únicamente a nuestros impulsos más primarios, el camino por el que optó el botánico del ejemplo es totalmente correcto. Es cierto, por ampliar un poco más la información, que en la naturaleza existen diferentes tipo de animales que pueden llegar a colaborar entre ellos y así beneficiarse mutuamente, el sinónimo gratuito no existe, pero esa colaboración siempre es extensiva y existe tanto en cuanto pertenecen al mismo núcleo o se conocen. Aunque pertenezcan a la misma especie si son desconocidos entre ellos o pertenecen a otros asentamientos, las colaboraciones entre grupos no se dan. Y, ahondando en este tema, esta es una cualidad que sí presenta el sapiens y que nos ha llevado la cúspide de la pirámide; la posibilidad de colaborar entre nosotros sin la necesidad de conocernos pero teniendo fines comunes o gracias a convicciones morales. Así que desde una perspectiva únicamente biológica y gobernado por el cerebro reptiliano el camino seria el acertado, pasaría de largo y no gastaría un ápice de energía en algo que no le supondría para nada una ganancia o ventaja.
Pero se nos pide una respuesta sin atender únicamente a rangos de efectividad biológica, si no que debemos combinarlo con una serie de valores morales y éticos que el ser humano es capaz de tener y entender. Y para dar respuesta a esta cuestión es necesario que me remonte, brevemente, a nuestros orígenes.
Desde el mismo momento en que el homo sapiens comenzó a hollar la tierra, sus pasos iban dirigidos hacía algo bien distinto de lo realizado por sus predecesores. En seguida, ya sabemos lo que quiere significar este término cuando se habla de estas cuestiones, el hombre comenzó a desarrollar una cualidad, la cognición, de una manera que ningún otro homínido había hecho antes. No solo comenzaron a procesar la información sobre hechos percibidos, si no que desde un suceso cualquiera o argumentos subjetivos, podían teorizar sobre el devenir de los acontecimientos. Por ejemplo. Un neanderthalensis o alguno de sus familiares inferiores si veía a un enemigo ir a las montañas, avisaba a sus compañeros de que un componente de una tribu rival estaba cercano y que se andarán con cuidado. Y cuando desaparecía de su vista todo había acabado. Sin embargo el sapiens además de hacer lo mismo que su antecesor y observando otros detalles, podía preguntarse los motivos que le empujaban a ir a las montañas, preguntarse si estaba intentando cazar algún tipo de animal, si la intención final era alcanzar las tablas de Dios o cualquier otra cosa que su mente alcanzase a adivinar. Esa capacidad de análisis, esa posibilidad de plantear hipótesis, inventar ideales, de elucubrar, ha sido y es, una de las mayores “suertes” que hemos tenido como especie.
A medida que los primeros hombres necesitaban la ayuda de otros para prosperar y se fueron creando núcleos más extensos de población, fue necesario que, intentando sintetizar de la manera más correcta, la corteza cerebral dominase los instintos primarios. (Los impulsos más primarios que como especie tenemos, automáticos y difíciles de dominar, nos vienen dados después de años de evolución. El cerebro reptiliano no tiene la capacidad de sentir. Su función es la de actuar cuando el organismo lo demanda de forma programada. Sus motivos no van más allá de la pura supervivencia, comer, beber, protección, agredir, etcétera… En definitiva, un cerebro para conservar la vida y que dominaba de forma única a los primeros sapiens hasta la revolución cognitiva). Esto está claro que no se consiguió más que después de miles de años de un proceso evolutivo lento, los restos más antiguos datan de entre 150.000-200.000 años según fuentes, de una forma paulatina, poco a poco. Cambiando los impulsos del hombre por agredir ante cualquier tipo de discrepancia con su compañero de grupo por normas que asegurasen la resolución de conflictos de forma que el grupo no se resintiera. Por evitar que únicamente los machos más fuertes del grupo coparán a todas las hembras evitando la diversidad. Repartiendo el alimento recogido equitativamente por los cazadores-recolectores del grupo. Y ese tipo de aptitudes, tras otras muchas y mucho tiempo, se fueron fijando en la cultura y trasformándose a la larga en valores morales que se habían de seguir si se deseaba el bien del grupo. Esos valores eran buenos porque les permitían crecer con seguridad y rápidamente; y lo que es bueno está bien.
Los impulsos reptilianos no influyen en todos de una misma manera. Unos son más agresivos, otros más dóciles, otros tenían el sentido materno más desarrollado que otros, en definitiva y más o menos eran los que dirigían nuestras vidas. Pero esas pequeñas variaciones en esos impulsos primarios más la suma de diferentes hábitats, pandemias, sucesos geológicos y otras alteraciones varias, hicieron que la moral, aunque compartiese posicionamientos idénticos en algunas normas, variasen de una forma sustancial entre sociedades.
Actualmente la distancia entre diferentes culturas se ha estrechado de una forma increíble. Las normas sociales que rigen a estas sociedades, aunque siguen teniendo algunas diferencias sustanciales, se han ido homogeneizando gracias a la globalización. Causar daños a inocentes, matar en masa, el maltrato a la mujer, la mentira, son ejemplos de valores morales que se comparten en todos los puntos del globo; puntualizo, en los puntos civilizados del globo. Y es aquí donde pretendía llegar…
Siguiendo todo este razonamiento previo y formando parte de una sociedad que se rige por esos valores morales anteriormente descritos, que han nacido tras miles y miles de años de evolución y gracias a la colaboración entre homo sapiens, pasar de largo ante un hecho de esta importancia y regido por las normas tan específicas que se nos indica, no es una opción a seguir. Formar parte de una sociedad donde un elemento debe complemetar al otro, uno debe paliar las deficiencias del otro, trae consigo unos derechos y obligaciones. El sujeto tiene el derecho a no amenazar su integridad psíquica a regirse según sus valores morales, a no vilipendiar los cimientos de sus creencias más importantes, cierto. Pero también tiene la obligación moral de ejercer la razón, entendida como los valores morales que rigen la sociedad donde habita el individuo, sobre su voluntad, sus escrúpulos o creencias más íntimas.
Es decir, que es irrelevante lo que su voluntad le dicte. Si matando a uno puede salvar a diecinueve, aunque sean unos perfectos desconocidos para él, es su obligación apretar el gatillo. Dios ya castigará a quién deba castigar si finalmente existe; cosa que creo enormemente.
Un saludo.