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Los reproches de la tribu
ricard biel 01/29/2021 | 12:03
No son pocos los supuestos independentistas que me dicen, desconcertados a la vez que mosqueados, que no entienden por qué critico siempre los del lazo amarillo y en cambio nunca hago lo mismo con los partidos españolistas. Bueno, vamos por partes, porque deshacer el ovillo de tanta confusión catalanesca requiere armarse de paciencia, y mucha.
De entrada, dos cosas. En primer lugar la constatación de que el lazo amarillo va muy a la baja desde hace tiempo. Cada vez veo menos gente con el lazo en la solapa o en las orejas, y sólo puede ser porque la causa que defendían ya la tienen resuelta, ya son independientes y ya han conseguido liberar a los sinvergüenzas trileros que ellos llaman presos políticos, de lo contrario tendré que pensar que se trataba sólo de una moda, de simple gregarismo tribal, efecto rebaño. Y en segundo lugar dejar clara al lector una evidencia, dados los hechos tozudos pero que el aparato mediático propagandístico, tanto catalán como del Estado, se encargan de negar a fuerza de repetición diaria hasta que hace agujero en el cerebro de la gente: el lacismo amarillo no sólo no tiene absolutamente nada que ver con la independencia, y aún menos con hacerla, sino que es el principal obstáculo, tal como lo ha sido siempre el catalanismo, un movimiento meramente cultural y reivindicativo nacional, pero siempre a la defensiva, sin voluntad de acción política efectiva, y por tanto garantía total de mantener las cosas en el terreno folclórico, o sea autonomista español, en forma de manifestaciones lúdico-festivas, sardanas, barretina, velas, camisetas coloreadas o. .. lacitos amarillos. Sin pertenecer a España se les acabarían las manifestaciones contra España, y adiós al disfrute de la queja y de la superioridad moral. Y esto es justamente lo último que el lacismo, o catalanismo 2.0, permitirá nunca. Hay que continuar en España para poder continuar haciendo lo que, como una adicción grabada a fuego en el cerebro y en el alma, saben y quieren hacer: reivindicar. Mientras reivindican, no actúan sobre lo que precisamente reivindican. El objetivo de la reivindicación es la reivindicación misma, no hacer efectiva la independencia. Así de idiota. Por tanto, no es extraño que aquellos que me reprochan que sólo critico los lacistas no comprenden que lleven lacito o no, defienden la causa lacista, no la independencia, que desgraciadamente nunca se ha intentado de verdad, y por voluntad insistente catalana. Los que me reprochan que no critique el bando españolista no se dan cuenta que quieren que critique los suyos, los españoles, que es exactamente lo que también son los lacistas, aunque no lo sepan y se estremecerían si lo supieran. Cada día siento a la Tieta de Cataluña
(Pilar Rahola) clamar en los medios, indignada y escandalizada por las acciones de la justicia española, pero curiosamente dejando claro con tal indignación que la justicia española es su justicia porque querría que fuera diferente, y por lo tanto la Tieta quiere continuar siendo española, pero sintiéndose más a gusto en España. Porque no tiene ningún sentido, resulta ridículo, e incluso patético, someterte a la justicia de quien consideras el enemigo y al tiempo indignarte con lo que te hace este enemigo. Resulta, pues, absurdo estar en la boca del lobo y indignarte porque el lobo te muerde, en vez de invertir las energías a darnos el piro de verdad, no con trilerismos letales como el del 1-O de 2017, que además la Tieta defiende. Enfermizo. Catalanismo puro.
Existen pequeñas tribus independentistas de verdad, pero que no pasan nunca de eso porque el propio catalanismo se encarga siempre, sin excepción, de liquidarlos así que asoman la cabeza. No es necesario que lo haga España, porque el catalanismo lo hace mucho mejor y les ahorra el trabajo. Pasó en 2010 con Solidaridad, un partido independentista que duró dos telediarios en el Parlamento. Y volverá a pasar en las próximas elecciones, porque así ha pasado siempre y los milagros no existen. No opino, expongo.
Pero volvamos al reproche que me hacen los despistados independentistas lacistas, esta curiosa especie de catalanes con insólita vocación de españoles. El reproche contiene implícita la carga clásica del chantaje procesista consistente en insinuarse que, si no defiendes a la tribu ciegamente, sin matices, no eres de los nuestros, y por lo tanto tendremos que creer que eres españolista. El procesismo no admite la crítica, la disidencia, como un movimiento autoritario. Justamente por ello se arroga la exclusiva del civismo y de la democracia. Paradojas. En segundo lugar, añadir lo que a menudo viene acompañado del reproche, y es la clásica recriminación de por qué critico tanto y no aporto soluciones. La cosa daría risa si no fuera tan triste. De entrada porque, demócratas honestos como son, lo que realmente les escuece es que critique «los nuestros» y no los otros. Y luego porque el comentario revela la grave falta de cultura democrática catalana, de lo que precisamente tanto sacan pecho y se han acabado creyendo a fuerza de repetírselo. Educados en la sumisión, ni les pasa por la cabeza exigir responsabilidades a quien corresponde, o sea a sus políticos. Curiosamente, las exigen al mensajero, al simple ciudadano que señala el delito. Porque resulta que no soy yo quien cobro un dineral mensual para gobernar la Generalitat. Y no soy yo quien ha mentido sobre hacer la independencia, sino aquellos que cobran un dineral para gobernar y no mentir. Y tampoco son los lacistas mismos quienes se les ocurriría decirle, a alguien que denunciara que un puente se derrumba, que se haga él ingeniero de puentes o que calle si no aporta soluciones. Sería absurdo, ¿verdad? Pues voilà. Pero ellos se quedan tan panchos.
El catalanismo, movimiento comunitarista autoritario español, detesta la disidencia, pero construirá un país nuevo y democrático que será la admiración del mundo. En fin. De hecho, tenían razón cuando decían que el mundo los miraba. Hasta que dejaron de mirarlos una vez certificada la farsa, la payasada del 1-O del 2017.
Releed como un mantra este artículo cien veces antes de enmarcarlo con un marco dorado en el comedor de casa.