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Pere Aragonés el Grande
ricard biel 01/13/2021 | 23:50
En el anterior artículo comentaba el hecho extraordinario de la precoz militancia en el partido del señor Roger Torrent tal como nació, obteniendo el carnet de manos de la comadrona. Nada del otro mundo, porque en este artículo les hablaré de un personaje que supera en precocidad de militancia al partido, lo inimaginable y que al lector le parecerá ficción. Se trata del gran Pere Aragonés, alias el Grande. Este polichinela no esperó a que la comadrona le entregara el carné del partido, pues ya la había recogido él mismo siendo todavía un feto en la placenta. Los médicos aún se preguntan cómo fue posible. Un caso para la ciencia. Y cuál fue la sorpresa de la comadrona cuando en el parto vio, pasmada, que el bebé Aragonés venía al mundo sonriente, con barba y el carné del partido en la boca.
Me gusta mucho este mindundi Aragonés el Grande, el personaje que ahora manda, por así decirlo, en la región o comunidad autónoma española de Cataluña. Es un individuo muy adecuado, que refleja con precisión el carácter valiente y digno de este pueblo. Aragonés Grande, pitufo gruñón sin que parezca que refunfuña, hace pasar la queja por determinación y la palabrería por acción. No es casual, pues, que ocupe el cargo, o más bien descargo que ocupa. Al contrario. Nadie podrá decir, por tanto, que en Cataluña no hay meritocracia. Acusar al Grande de haber llegado donde está por parásito trepa dentro del partido sin haber doblado nunca la espalda está fuera de lugar. Sería como estar ante la Bardot de los sesenta y fijarse en el color de sus zapatos. Hay que ser insensible, incapaz de separar el grano de la paja para entretenerse en reprochar a Aragonés el Grande su historial. Este personaje me parece pura magia, porque ninguna palabra sería capaz de describir ni por aproximación lo que nos revela su figura, gestualidad, voz y el tono liliputiense de los discursos con que nos obsequia.
Aragonés el Grande encarna a la perfección el catalán lacista, por otra parte nada entusiasmado en votar el mindundi Aragonés el Grande porque considera que «no tiene carisma». El catalán lacista es amante de todo lo que encarna el Grande, pero sin que se note. El lacisma, aunque bien llamado movimiento transversal -probablemente porque abarca todo el espectro de la estupidez catalana- es amante de personajes como el señor anestesista Pujol, que parece que se coman el mundo de cintura para arriba, pero que de cintura para abajo están cagando. Aragonés el Grande, en cambio, parece que está cagando de cintura para arriba y de cintura para abajo, y esto les resulta intolerable. El envoltorio es esencial para el lacismo, porque supone el contenido. Esto no significa que el lacista intente ocultar el vacío de contenido con el envoltorio. No. La cosa es mucho más fascinante, y ciertamente manicomial. El lacista cree firmemente en esa idea de simbiosis entre envoltorio y contenido, y de hecho no se plantea otra cosa. De ahí que el bonito lazo amarillo contenga concentradas todas las ideas procesistas. Esta prodigiosa tarea metafísica promovida en su génesis por el gurú anestesista Pujol, y de la que por supuesto Aragonés el Grande es un discípulo aplicado, ha sido la constante de los últimos cuarenta años.
El inefable arte de decir y hacer "como si", si bien creíamos que había llegado al virtuosismo más sublime en la época del señor anestesista Pujol, de hecho llegó a obra maestra el 1-O del 2017 con el perdulario de Waterloo, cuando se hizo ir a la gente para votar sí o no a la independencia mientras les decían repetidamente que la cosa no iba de independencia, sino de democracia. Sensacional. ¿Alguien protestó? Al contrario. Repetición del delirante mantra y lacitos amarillos y veneración a los propiciadores de tal virtuosismo trilero, inédito en el mundo. Al catalanismo le va la magia, y la independencia no se hace naturalmente con magia, tal como no lo ha hecho nunca ningún país del mundo. Por eso el enemigo número uno de la independencia es el catalanismo, lacismo en su versión moderna 2.0, y muy aficionado a las performances y demás entrañables danzas regionales. Como Franco, vaya.
Pero no es esta prodigiosa magia lo que más me deslumbra, aunque me ciegue de tanto brillo. He llegado a pasar noches enteras de insomnio intentando entender y asumir que Aragonés el Gran pertenece a Esquerra y no al partido del perdulario de Waterloo. La voz nasal y el tono y gesticulación declamatorios de eunuco altivo que ha de ponerse de puntillas para hacerse respetar, aplicado a la retórica vacía, pretendidamente sensata y dirigida a una guardería, me recuerda demasiado el estilo clonado de los personajes de baratillo exconvergentes de la antigua CiU. Me cuesta ubicar Aragonés el Grande en Esquerra, a pesar de saber que en la actualidad no hay ninguna diferencia entre Esquerra y lo que postulaba CiU, como de hecho esencialmente no la ha habido nunca excepto por el estilo. Mientras que Esquerra eran los inútiles perdedores con superioridad moral pseudoizquierdosa y apartamento en la Cerdanya, con unos capos del partido que mientras hablaban de independencia cobraban un dineral del autonomismo español para vivir en la insatisfacción de llegar a desbancar a CiU, los de CiU eran los vigilantes sensatos del gueto, del mismo estilo impecable del estafador de guante blanco, pero de tercera con apariencia de primera gracias a un pueblo de quinta. Hoy, las dos caras de la misma moneda catalanista se han difuminado. En cambio, como es lógico, lo que no se difumina nunca es la panda del españerío en el Parlament. No necesitan moverse, no lo necesitan. Gracias al procesismo se permiten perseverar en su implacable coherencia constitucionalista, de una Constitución que alaban en todo momento pero que, naturalmente, les importa un bledo seco. El poder, o en este caso su delegación en Cataluña, duerme muy tranquilo, pues el catalanismo refuerza el poder español. Todos contentos, y por eso hemos de poner todos cara de enfadados. Enfadarse siempre da la impresión de hacer algo y porque se ha hecho algo.
No se trata de indignarse o de deprimirse por el panorama político catalán. Al contrario. Es tan obvio que de donde no hay no sale y que no hay absolutamente nada que hacer, que la única actitud sensata es sentarse cómodamente en el sofá y disfrutar del espectáculo con un cuenco de palomitas, por supuesto ecológicas, con aceite de oliva y nada de microondas. Así me las como yo cuando me apetece disfrutar del mindundi Aragonés Magno y compañía, exactamente igual que cuando de pequeño me disponía a ver los payasos de la tele. El procesismo me rejuvenece, y le estoy agradecido.
Me gusta mucho Aragonés el Grande porque no esconde nada al querer esconderlo todo, mostrando con torpeza todos los trucos baratos, y sin que se produzca ninguna reacción entre el público lacista. Todo muy normal. El lacisme no ve los trucos baratos del mindundi Aragonés el Grande. Lo que ve es que no tiene carisma, presencia, y ya se sabe que para hacer magia hay que tener la imagen impecable del mago, con su sombrero de copa, pajarita, frac y tal. Por eso añoran tanto el señor anestesista Pujol, aunque muchos no lo sepan y por eso voten al partido de la competencia. Tampoco saben que son lo mismo. La misma moneda de latón.