Una España sin niños: espiral de muerte demográfica.

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Una España sin niños: espiral de muerte demográfica.

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Una España sin niños: espiral de muerte demográfica.

Por José Luis Díez Jiménez 24/07/2020

Dice la Biblia que “Dios creó al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, hombre y mujer los creó. Y Bendíjolos Dios, y díjoles Dios: “Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra.”

Pero en estos tiempos modernos, la gente no se siente obligada por los mandamientos de Dios. Eso estaba bien para pueblos primitivos. Hoy se consideran como los únicos goces de la vida los deleites del hedonismo y de la sensualidad.

En realidad, “no hay nada nuevo bajo el sol”. En la decadencia de todos los imperios de todos los tiempos encontramos las “modernidades” de las cuales muchos se jactan: el aborto, la anticoncepción, la eutanasia, la homosexualidad, y toda una serie de monstruosidades análogas.

Pero la realidad es que los niños están desapareciendo de nuestra sociedad y no parece que las cosas vayan a cambiar. En 2019 nacieron en España 359.770, es decir, 13.007 niños menos que en 2018, con lo que el número de nacimientos bajó un 3.48%. Hace treinta años, en España había casi 3,3 millones de críos; hoy apenas llegan a los 2,2 millones.

La tasa de natalidad en España (número de nacimientos por cada mil habitantes en un año) fue en 2019 del 7,6‰, una tasa de natalidad muy baja, y el índice de Fecundidad (número medio de hijos por mujer) de 1,23. El hecho de que España tenga un índice de fecundidad inferior a 2,1 por mujer (fecundidad de reemplazo), supone que no se garantiza una pirámide de población estable. Si miramos la evolución de la Tasa de Natalidad en España vemos que ha bajado respecto a 2018, en el que fue del 7,94‰, al igual que ocurre al compararla con la de 2009, en el que la natalidad era del 10,65‰.

Caso insólito es que en las últimas décadas los perros pasaron de ser animales con una función determinada a ser compañeros de vida, miembros de la familia y parte de la cuenta bancaria. En España ya hay más animales de compañía que menores de 14 años. En Madrid hay el doble de posibilidades de cruzarse con una persona paseando a un perro que con una pareja con carrito de bebé. Además que si n os fijamos en nuestro entorno, igual es casualidad, pero yo cada vez veo más parejas que prefieren tener un perro a un hijo.

Pero vayamos al hecho de la natalidad en sí. Analizando del caso de español, donde el número de muertes es mayor al de los nacimientos, no hemos de olvidarnos que un mundo que abandona la ley natural y la moral, enloquece. Sí, exactamente como la acaba de leer. No seguir la ley natural es una locura.

Ahora bien, España no es un caso aislado. En Europa había más de 57 millones de menores de 5 años en 1960; hoy no son sino 35 millones, lo que representa una caída del 38%. Y esa cifra ¿es por cumplir el orden natural?



Gracias al aumento de la esperanza de vida y a la reducción de la mortalidad infantil, la población mundial sigue creciendo. Pero los índices de fertilidad –los niños que pare cada mujer– están cayendo en casi todas partes, en Oriente y en Occidente, en los países avanzados y en el Tercer Mundo, en las democracias y en las dictaduras. Según informa la ONU, en 1915 había 6 millones de niños menos de los que había en 1990; y el descenso continuó en 2015 con 83 millones menos, con una previsión, si todo sigue igual, para el año 2025 de 127 millones menos, y podrían ser menos de 5 % de la familia humana para el 2050.

Y es que las cifras oficiales de los últimos censos así lo corroboran. Cada vez hay más personas mayores de 70 años y menos niños naciendo en los hogares. De hecho, hay muchos más hogares unipersonales y más guarderías, colegios y peluquerías para mascotas.

Entre las razones que explican la escasez de alumbramientos encontramos que desde un tiempo a esta parte, de unos 20 años hacia acá, las nuevas generaciones empezaron a identificarse por su deseo de no traer hijos al mundo, por múltiples razones. Porque las parejas quieren darse más tiempo para ellos mismos o porque quieren terminar sus carreras, trabajar y disfrutar de la vida antes de ser padres.

Otros argumentan que porque quieren divertirse, viajar, conocer otras culturas, otros países. O porque sienten miedo de no ser capaces de educar como es debido a los hijos; incluso porque creen que este planeta está tan mal que no quieren darle vida a más personas para que tengan que enfrentar futuros inciertos en un mundo hostil y en franca e irreversible descomposición.

Una tercera causa es que el número de mujeres presentes en el mercado laboral se ha disparado, y muchas de ellas han retrasado tanto el momento de contraer matrimonio como el de ser madre, o directamente han decidido no seguir ese camino.

Como cuarta causa podremos afirmar que al facilitar el mantenimiento de relaciones sexuales sin tener que pasar por la vicaría, la revolución sexual acabó con lo que, para muchos hombres, representaba un poderoso aliciente para casarse y formar una familia.

Por otra parte, y en quinto lugar, las altísimas tasas de divorcio han hecho que las mujeres de hoy en día sean menos proclives a tener tantos hijos como quienes las antecedieron.

Otras personas prefieren la tranquilidad y ahorrarse el sufrimiento que refieren las madres por el bienestar y seguridad de .los hijos. Amén de tener más tiempo libre y energía para mantener actualizadas las redes sociales y porque no la vida social.
Y es que tantos años de adoctrinamiento sobre los peligros de la «superpoblación» han convencido a muchas parejas de que no tener hijos es algo virtuoso.

Incluso la cifra de 2.391.883 abortos quirúrgicos habidos en España desde 1986 hasta 2018, sin contar los habidos por otros procedimientos, parece no sembrar dudas a este respecto.

Como no nacen niños, las sociedades están experimentando un dramático e inexorable proceso de envejecimiento. ¿Qué nos espera en los próximos años? En los años venideros el número de ancianos alcanzará cotas nunca vistas, al tiempo que el de jóvenes seguirá descendiendo. La población en edad laboral disminuirá, primero en relación con el número de jubilados y después en términos absolutos.

Una persona optimista incorregible podría ver en todo esto un montón de buenas noticias. En hipótesis, el hecho de que haya menos gente en edad de trabajar debería empujar hacia arriba la demanda de mano de obra y hacia abajo los índices de desempleo, lo cual haría que la economía funcionara a pleno rendimiento. Pero la experiencia cuenta una historia bien diferente. Claro ejemplo de ello lo tenemos en España, donde los índices de fertilidad cayeron a mínimos y la población activa ha estado 20 años perdiendo peso en términos porcentuales, y durante buena parte de ese tiempo el paro, lejos de bajar, ha subido.

El número de gente, como hemos apuntado anteriormente, con edades comprendidas entre los 15 y los 24 años ha venido disminuyendo desde 1990. Pero el hecho de que sean menos no ha vuelto más valiosos a los trabajadores más jóvenes: su tasa de paro ha subido en relación con la de los trabajadores más mayores.

Lejos de servir de impulso, el envejecimiento de la población deprime la economía. Como se les imponen más cargas de tipo fiscal para así poder hacer frente a un número cada vez mayor de ancianos, los trabajadores responden trabajando menos, lo cual provoca que la economía se estanque.

Es más imprescindible para el crecimiento que el capital humano, es decir, el conocimiento, la capacidad y la experiencia de la gente. Por eso los crecimientos demográficos con frecuencia anuncian el advenimiento de una etapa de progreso económico. Por eso los jóvenes y las empresas abandonan aquellos lugares que pierden población.

En los próximos años, las filas de la tercera edad van a rebosar hasta niveles in precedentes, al tiempo que la cifra de jóvenes sigue reduciéndose. La población en edad laboral se reducirá, primero en relación a la población de jubilados y después en términos absolutos.

Y es que un mundo sin niños será un mundo más pobre; más gris, menos creativo, menos seguro de sí mismo. Los niños han sido siempre una bendición fabulosa; pero lo mismo tienen que desaparecer para que, de una vez por todas, comprendamos por qué.

El resultado de un mundo sin niños es un dramático e inexorable envejecimiento de la población. Si sigue así esta tendencia de que haya cada vez menos nacimientos y crezcan las cifras de adultos sin hijos, sin sobrinos, sin ahijados y sin nietos. Y el mundo en espiral de muerte demográfica se irá volviendo cada vez más viejo, más frio, más triste, más desgarrador.

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