Castro cumple 90 años manteniéndose como referente y guardián ideológico.

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Atila
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Castro cumple 90 años manteniéndose como referente y guardián ideológico.

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Castro cumple 90 años manteniéndose como referente y guardián ideológico.

El ocaso de un mito.
Cuba se aferra a Fidel.

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Un cartel propagandístico reproduce imágenes de diferentes momentos de la vida de Fidel Castro, ayer en la Habana (Yamil Lage / AFP).

Fidel Castro, protagonista indiscutible de la guerra fría y una de las figuras políticas más influyentes del siglo XX, cumple hoy 90 años. El hombre que cambió el destino de su país, desafió a Estados Unidos, puso el planeta al borde de un conflicto nuclear y alimentó la expansión internacional del comunismo celebra su aniversario como referente simbólico de la revolución cubana.

Aunque retirado de la esfera pública hace una década, cuando transfirió el poder a su hermano menor Raúl, el anciano líder del socialismo tropical ejerce todavía su influencia en el ritmo y alcance de la metamorfosis que vive la isla. Guardián ideológico de la ortodoxia, su autoridad sigue teniendo eco en el aparato del partido comunista y el todopoderoso estamento militar, pilares del régimen que instituyó hace casi seis décadas. Su presencia física tranquiliza a los sectores que observan con inquietud el futuro de Cuba, ante la progresión de las reformas económicas y las consecuencias del acercamiento con Washington.

Desde que dejó la presidencia por graves problemas de salud en el 2006, los cubanos fueron acostumbrándose a sus apariciones cada vez más esporádicas y a su nuevo papel de “soldado de las ideas”, la rimbombante fórmula que acuñó para describir la actividad como articulista que desarrollaría a partir de entonces. Sus reflexiones, publicadas en la prensa oficial, analizaban temas inocuos de actualidad. Los cubanos también se habituaron a su nueva imagen pública, más afable y terrenal: cambió el uniforme verde olivo y las botas militares por ropa y calzado deportivos.

Como un abuelo que está por encima del bien y del mal, Fidel evitaba cualquier alusión a la tímida política de cambios que su hermano desarrolló en los primeros años de la sucesión. Se abstuvo hasta septiembre del 2010, meses antes de la celebración del VI congreso del Partido Comunista, durante el que se aprobarían los lineamientos de las reformas posteriores.

Entonces, el comandante jubilado rompió su silencio y bendijo el proceso con una frase lapidaria: “El modelo cubano ya no funciona ni para nosotros”. Poco después, Raúl formularía su tajante “o rectificamos o nos hundimos”, como última llamada para “actualizar” el ineficiente sistema de planificación centralizada y “transformar conceptos erróneos sobre el socialismo”, que ponían en riesgo “la vida de la revolución”. Todo ello, además, sin abrazar el capitalismo ni cuestionar el sistema de partido único.

El mayor de los Castro admitía la evidencia del fracaso económico de su modelo socialista, aun cuando Venezuela ya reproducía en ese momento el cometido de Moscú durante la era soviética como principal fuente de subsidio para las exiguas arcas cubanas. Caracas enviaba a la isla 100.000 barriles diarios de petróleo y recursos millonarios, bajo una alianza de cooperación que llevaría a La Habana a hacerse con el control de áreas estratégicas en el país que gobernaba el desaparecido Hugo Chávez.


Fidel Castro, con una chaqueta de chándal, en el congreso del Partido Comunista el pasado abril
Fidel Castro, con una chaqueta de chándal, en el congreso del Partido Comunista el pasado abril (© Handout . / Reuters / Reuters)

Tras el VI congreso, que en abril del 2011 aprobó la compra-venta de casas y automóviles, la entrega de tierra a campesinos en régimen de usufructo, la apertura de negocios privados en 179 oficios y la acotación del mandato de altos cargos políticos a un máximo de dos periodos consecutivos de cinco años, Fidel se escudó de nuevo en el sigilo. Pasaba largas temporadas sin aparecer en público y, cuando los rumores sobre su muerte se propagaban demasiado, visitaba por sorpresa una escuela o se dejaba fotografiar con alguno de los muchos dignatarios extranjeros que llegaban a la isla y ansiaban conocerle, como el último vestigio de una era remota. En su nueva dimensión diplomática, seleccionaba y difundía sus contactos: el papa Francisco y el presidente francés, François Hollande, son los más recientes.

Mientras tanto, Raúl profundizaba las reformas. Anticipándose a los efectos recesivos de la quiebra venezolana por la caída de los precios del crudo, a partir del 2013 eliminó los requisitos de viaje y autorizó a los cubanos a salir legalmente del país hasta por dos años sin perder sus bienes o residencia. Centenares de miles se fueron. Amplió y flexibilizó el trabajo privado, fomentando la creación de una clase emergente de microempresarios y trabajadores autónomos. Ambas medidas libraron al Estado de parte de su carga social. El menor de los Castro también reformó la ley de inversión extranjera para incentivar la llegada de capital foráneo e inauguró el puerto franco del Mariel, llamado a convertirse en el principal polo industrial de la isla. Finalmente permitió, aunque restringido, el acceso a in­ternet.

Fidel observaba desde su mutismo calculado, siguiendo la máxima de quien calla otorga. La aplicó, incluso, cuando Raúl anunció en diciembre del 2014 el histórico deshielo entre La Habana y Washington, que restablecerían sus relaciones diplomáticas en agosto del año siguiente. Dejó pasar unas semanas antes de avalar el proceso, con matices. “El presidente de Cuba ha dado los pasos pertinentes”, dijo, secundando a su hermano. Después, aclaró: “No confío en la política de Estados Unidos ni he intercambiado una palabra con ellos, sin que esto signifique, ni mucho menos, un rechazo a una solución pacífica de los conflictos o peligros de guerra”.

Desde el mismo tira y afloja, aceptó que Barack Obama, el primer presidente estadounidense en pisar suelo cubano desde el año 1928, viajara a la isla en marzo para cerrar medio siglo de hostilidades entre ambos países. Pero luego contraatacó. “No necesitamos que el Imperio nos regale nada”, escribió Castro en su última reflexión publicada al concluir la visita de Estado, durante la que Obama defendió el libre mercado y la democracia, y exhortó a los cubanos a dejar atrás el pasado. El mismo pasado que el anciano líder revolucionario empuñó una vez más el 20 de abril, en un breve discurso pronunciado ante la asamblea del VII congreso del partido comunista. Con voz temblorosa, visiblemente frágil, encorvado e insinuando un final cercano, decretó: “A todos nos llegará nuestro turno, pero quedarán las ideas de los comunistas cubanos”.

Festejos de cumpleaños

“Soy hostil a todo aquello que pueda parecer un culto a la personalidad; no hay una sola escuela o fábrica, un solo hospital o edificio que lleven mi nombre”. Fidel Castro negaba en el 2006 haber sido objeto de adoración revolucionaria en Cuba. Tal vez no lo fue, como representación icónica, a la usanza de otros autócratas menos longevos que él. Su efigie no tapizó las calles de la isla; no quiso reproducir el modelo de Francisco Franco en España, Kim Il Sung en Corea del Sur o Hugo Chávez en Venezuela. Pero su inmutable condición de líder único y su absolutista ejercicio del poder le hicieron igual de omnipresente. Hoy lo será de nuevo, en la multitud de actos que el régimen ha organizado para glorificarle en el día de su cumpleaños. Actividades culturales, presentaciones de libros, exposiciones con fotografías inéditas, conciertos de trovadores y orquestas bailables le homenajearán a lo largo y ancho del país. Cien corales infantiles cantarán de forma simultánea en plazas y parques “al padre de todos los niños de Cuba”, según reza la propaganda oficial, que lanzó el programa de festejos hace semanas bajo el lema “Fidel, entre nosotros”. También recibirá regalos especiales: un disco de música cubana grabado para la ocasión y una minienciclopedia digital sobre “su pensamiento y obra”. Más allá de las fronteras cubanas se suman a los fastos Bolivia, Ecuador y Venezuela.

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