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Los principales políticos españoles nunca se han tomado en serio a los dirigentes nacionalistas e independentistas catalanes. Una visión muy madrileña del país, aunque hayan nacido y vivido en provincias durante muchos años, se lo ha impedido. La anterior perspectiva les ha llevado a descartar completamente la independencia
de Catalunya, ya sea en la actual década, en la siguiente y en cualquier otra. Desgraciadamente, creo que están equivocados.
El proyecto independentista empezó el 20
de marzo
de 1980, exactamente el día en que Jordi Pujol ganó las elecciones a la presidencia
de la Generalitat. Un político con una gran capacidad estratégica y un programa oculto para varias décadas. El plazo era tan largo que su creador asumía la dificultad
de contemplar la culminación
de su obra: la separación
de Catalunya del resto
de España.
En sus planes, Artur Mas no era el mesías que llevaría al pueblo catalán a la Tierra Prometida. El nuevo presidente
de Convergència estaba previsto que actuara como un gerente en una empresa familiar. En su caso, aplicar las directrices establecidas por el gran patriarca nacionalista, conservar la Generalitat e impulsar
de forma cada vez menos sutil el sentimiento independentista.
Tal y como me reconoció uno
de los principales dirigentes convergentes, la fecha elegida jamás debía ser antes
de 2030. En dicho añ
o, una gran parte
de los inmigrantes que llegaron del resto
de España en las décadas
de los 60 y 70, escasamente permeables al nuevo credo, ya no podrían votar. El momento idóneo sería aquél en que el Estado mostrara una gran debilidad debido una importante crisis institucional
o a una larga económica.
No obstante, al ver peligrar la presidencia
de la Generalitat, Mas decidió adelantar el plan. Un gran error, pues la sociedad no era lo suficientemente homogénea y no estaba aún preparada para un cambio tan grande, pues el número
de personas que se sentían catalanes y españoles continuaba siendo muy elevado.
El 10
de octubre
de 2017, el proceso independentista acabó con una declaración unilateral
de independencia
de ocho segundos. Lo hizo porque sus líderes políticos no se atrevieron a desafiar reiteradamente al Estado en la calle, pero no por la actuación del Gobierno español, pues durante los cinco años anteriores éste miró constantemente hacia otro lado.
Durante dicho período, Mariano Rajoy no hizo ningún caso a los máximos dirigentes del PP catalán, cuando le decían que la amenaza podía convertirse en realidad. Según uno
de ellos, el presidente del Ejecutivo estaba convencido que «alguien tan
de derechas, responsable y con tanta experiencia
de gobierno como Mas es imposible que verdaderamente quiera impulsar la independencia
de Catalunya. Es una excusa para seguir en el poder».
Rajoy es gallego, pero políticamente madrileñ
o, pues llevaba décadas trabajando en la capital. Su lugarteniente, Soraya Sáenz
de Santamaría, es vallisoletana, pero ha desarrollado sus actividades profesionales casi siempre en la capital del país. Ambos no entendieron lo que estaba sucediendo en Catalunya porque no consiguieron ver las grandes diferencias que existe entre hacer política en Barcelona y en Madrid.
A Soraya le engañó Oriol Junqueras, una y otra vez. Desconocía, y no supo ver, que el político catalán, si quiere congraciarse con su interlocutor, le va a decir exactamente lo que le gustaría
oír. Tiene una habilidad propia
de un encantador
de serpientes y descubre enseguida cuáles son las debilidades
de su interlocutor.
Entre los actuales dirigentes independentistas, es el más parecido a Pujol, siendo éste su gran ídolo. No obstante, su capacidad estratégica es sustancialmente inferior a la del gran patriarca catalán. Comparte con él una gran religiosidad, la necesidad
de ensanchar la base
de votantes y el objetivo que le ha llevado a dedicarse a la política: la consecución
de la independencia
de Catalunya.
La siguiente víctima
de Junqueras va a ser Pedro Sánchez. Un político madrileñ
o de pura cepa, tan contrario como los dos anteriores dirigentes del PP a los designios independentistas, que necesita aprobar los presupuestos
de 2022 para terminar la legislatura. No obstante, como piensa que es imposible la separación
de Catalunya
de España, sin pretenderlo va a hacer concesiones que la harán más factible.
Sánchez es otro más
de los múltiples políticos españoles que han creído que el ofrecimiento
de más competencias y dinero a los nacionalistas les harán sentirse cómodos en España y desistir
de intentar irse. En los últimos 40 años, ésta ha sido la política adoptada por PP y PSOE, siendo el resultado un elevado aumento del número
de independentistas. Las compensaciones recibidas las han utilizado para generar muchos más.
La lección es fácil
de aprender, pero no lo han querido estudiar. Los políticos nacionalistas catalanes, ahora independentistas, son insaciables y siempre piden más, más y más. Después
de recibir la cesión
de una competencia, la menosprecian diciendo que es insignificante, pero nunca la rechazan. Si la concesión es un referéndum, y la opción
de continuar en España es la triunfadora, cualquier excusa valdrá para solicitar otro. Únicamente pararán
de pedirlo, cuando hayan ganado. Ya no habrá ninguno más.
Catalunya nunca ha sido un solo pueblo, tal y como durante mucho tiempo ha publicitado el nacionalismo. A pesar
de ello, el proceso la ha dividido en dos claros bloques: independentistas y constitucionalistas. Los segundos no han hecho nada para quebrar la convivencia. Ni han invadido reiteradamente el espacio público, ni generado disturbios ni clamado a los cuatro vientos «las calles son y serán siempre nuestras». Han tenido que soportar con estoicidad las presiones
de su mujer, suegro
o mejor amigo para engrosar las filas del independentismo. Han descubierto por primera vez que odiaban a España desde su niñez, cuando jamás habían dicho nada al respeto. Incluso, en algún exceso verbal, les han llamado malos catalanes
o les han negado tal condición, a pesar
de haber nacido en Catalunya y tener ocho apellidos muy frecuentes en la comunidad.
A muchos
de ellos les hierve la sangre cuando oyen al presidente
de Gobierno decirles que tienen sed
de venganza. Se lo dice a una sustancial parte
de los que le votaron a él en las últimas elecciones generales y a Salvador Illa en las autonómicas. Unos electores que confiaron en que el PSOE no haría más concesiones a los independentistas y que el PSC dejaría
de ser un partido híbrido.
Estoy convencido
de que a la mayoría
de los constitucionalistas ya les parece bien que salgan
de prisión, pero que continúen inhabilitados para ejercer un cargo público, si dicen que el proceso independentista ha sido una gran equivocación, reconocen su participación en los delitos por los que han sido condenados y prometen que jamás volverán a intentar obtener la independencia por cauces ilegales.
Nada
de ello ha sido dicho, tampoco en la carta
de Junqueras escrita a dos manos. En cambio, siguen reiterando que no han hecho nada, que han sido condenados por ser independentistas, por poner urnas y claman al cielo por la injusticia cometida. En esta coyuntura, al otorgarles los indultos Pedro Sánchez comete un gran error, siendo el país, la justicia española, sus votantes catalanes y el mismo las principales víctimas.
Ante sus seguidores, los indultos harán verosímil el relato
de los políticos independentistas. A bastantes
de los desmovilizados, les volverá a activar y, aunque no sea inmediatamente, un nuevo proceso comenzará. Un reto mayúsculo para el Estado
de derecho si la reforma del Código Penal hace que aquél tenga muchos menos riesgos para quienes lo promuevan.
No creo que los indultos proporcionen un gran número
de votos al PSOE en Catalunya, pues los ganados procedentes
de independentistas desencantados serán compensados por los perdidos provenientes
de constitucionalistas decepcionados. No obstante, estoy seguro
de que sí se los harán perder en el resto
de España. Hay muchos más nacionalistas españoles que catalanes y los primeros difícilmente le perdonarán un resurgimiento del proceso independentista.
En definitiva, con la concesión
de los indultos y la reforma del Código Penal, Sánchez hará más factible la independencia
de Catalunya. Los que la persiguen habrán aprendido la lección y no cometerán los errores del pasado. Por tanto, aunque yo no la deseo, no descarten que algún día la pueden conseguir, si los principales políticos españoles siguen sin ver los peligros que supone satisfacer los deseos
de los líderes independentistas.
Una vez más, Sánchez se juega su futuro político a cara
o cruz. No obstante, en esta ocasión, la moneda la pone y la tira Junqueras y, como es habitual, está trucada. A aquél al que le promete su apoyo, siempre le sale cruz. Es lo que le sucedió a Puigdemont y a Soraya. Pedro, la suerte no es infinita y ahora la has tentado demasiado. Por el bien del país, ojalá tu propuesta tenga éxito. No obstante, dudo mucho que así sea.