Hoy hace 100 años: 11/11/18. Pasewalk, Alemania.

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Mar.bo
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Hoy hace 100 años: 11/11/18. Pasewalk, Alemania.

Mensaje por Mar.bo »

11 de Noviembre de 1918,
Pasewalk, Alemania.

En la noche del 13 al 14 de octubre los ingleses empezaron a lanzar granadas de gas en el frente sur del sector de Ypres. Empleaban el gas "cruz amarilla", cuyos efectos no nos eran todavía conocidos por propia experiencia. Yo debí, pues, aquella noche experimentarlos. Estábamos todavía en una colina al sur de Werwick, en la noche del 13 de octubre, cuando caímos bajo la acción de un fuego de granadas que ya se prolongaba varias horas y que se intensificó durante la noche, de forma violenta. Hacia la medianoche ya una parte de nuestra tropa quedó inutilizada y algunos camaradas malogrados para siempre. Al amanecer, también yo fui presa de terribles dolores que de cuarto en cuarto de hora se hacían más intensos. A las siete de la mañana, tropezando y tambaleándome, me dirigí hacia la retaguardia llevando aún mi último parte del campo de batalla.
Algunas horas más tarde mis ojos estaban convertidos en ascuas y las tinieblas dominaban en torno mío. En estas condiciones se me trasladó al hospital de Pasewal, en Pomerania, donde debí pasar la época de la Revolución.
Hacía ya algún tiempo que flotaba en el aire algo de incierto y desagradable. Se decía que, dentro de algunas semanas, iba a suceder algo. No comprendía lo que se quería decir con eso. En primer lugar pensé que se trataría de una huelga parecida a la de la primavera. Rumores desfavorables venían a menudo desde los círculos de la marina, donde se decía que fermentaban los ánimos. Pero todo esto me parecía ser más el producto de la fantasía de unos cuantos, que un asunto de trascendencia. Bien es cierto que en el hospital mismo todo el mundo hablaba de una ansiada pronta conclusión de la guerra, pero nadie imaginaba que esa conclusión habría de producirse de improviso. Yo estaba imposibilitado de leer los periódicos.
En el mes de noviembre aumentó la efervescencia general.
Y un día irrumpió la catástrofe, bruscamente. Los marineros llegaron en camiones, proclamando la Revolución. Unos cuantos mozalbetes judíos eran los cabecillas de esta lucha por la "libertad, la belleza y la dignidad" de la existencia de nuestro pueblo. ¡Ni uno solo de ellos había estado en la línea de fuego! Tres "orientales" (judíos) habían sido mandados para casa con el recurso de unas "pústulas de enfermedades venéreas". Ahora izaban en la Patria el trapo rojo.
Mi salud había experimentado mejoría en la última temporada. El dolor punzante en las cavidades de los ojos fue desapareciendo y poco a poco pude volver a distinguir vagamente los contornos de los objetos. Me alentaba la confianza de recobrar la vista, pensando que por lo menos quedaría habilitado para ejercer alguna profesión.
Naturalmente, había perdido la esperanza de poder algún día volver a dibujar como en los años de mi juventud. Estaba, pues, en vías de restablecimiento cuando ocurrió aquello tan horrible.
Todavía tuve la esperanza de que se tratara de una traición más o menos de carácter local. Llegué a intentar convencer a algunos camaradas en ese sentido. Sobre todo mis compañeros bávaros del hospital tenían la tendencia a pensar de esta manera.
Allí el ambiente era cualquier cosa menos revolucionario. Nunca pude imaginar que también en Munich la locura se desencadenase. A mí me parecía que la fidelidad a la digna Casa de Wittelsbach sería más fuerte que la voluntad de algunos judíos. Así me convencí de que se trataría de un simple pronunciamiento de la Marina, que sería dominado en pocos días.
Los días siguientes fueron pasando y, con ellos, la más terrible certeza de mi vida: los motines aumentaban considerablemente. Lo que yo había tomado por una cuestión local era en realidad una Revolución general. Además de eso, llegaban a cada instante las noticias más vergonzosas del frente. Se quería capitular.
Pero, Dios, ¿sería posible una cosa así?
El 10 de noviembre vino el pastor del hospital para dirigirnos algunas palabras. Fue entonces cuando lo supimos todo. Estuve presente y quedé profundamente emocionado. El venerable anciano parecía temblar intensamente al comunicarnos que la Casa de los Hohenzollern había
dejado de llevar la Corona Imperial Alemana, que el Reich se había erigido en "República", y que sólo quedaba pedir al Todopoderoso que diese su bendición a esa transformación y no abandonase a nuestro pueblo en el futuro. Él no podía dejar de, en pocas palabras, recordar a la Casa Imperial; quería rendir homenaje a los servicios de esa Casa en Prusia, en Pomerania, en fin, en toda la Patria alemana y, en ese momento, el buen anciano comenzó a llorar. En la pequeña sala había un profundo desánimo en todos los corazones y creo que no había quien pudiese contener sus lágrimas. Pero cuando el pastor siguió informándonos que nos habíamos visto obligados a dar término a la larga contienda, que nuestra Patria, por haber perdido la guerra y estar ahora a la merced del vencedor, quedaba expuesta en el futuro a graves humillaciones; que el armisticio debía ser aceptado confiando en la generosidad de nuestros enemigos de antes, entonces no pude más. Mis ojos se nublaron y a tientas regresé a la sala de enfermos, donde me dejé caer sobre mi lecho, ocultando mi confundida cabeza entre las almohadas.
Desde el día en queme vi ante la tumba de mi madre, no había llorado jamás.
Cuando en mi juventud el Destino me golpeaba despiadadamente, mi espíritu se reconfortaba; cuando en los largos años de la guerra, la muerte arrebataba de mi lado a compañeros y camaradas queridos, habría parecido casi un pecado el sollozar. ¡Morían por Alemania! Y cuando finalmente, en los últimos días de la terrible contienda, el gas deslizándose imperceptiblemente comenzara a corroer mis ojos y yo, ante la horrible idea de perder para siempre la vista estuviera a punto de desesperar, la voz de la conciencia clamó en mí: ¡Infeliz! ¿Llorar mientras miles de camaradas sufren cien veces más que tú? Y mudo soporté mi Destino. Ahora, sin embargo, no podía más. Ahora era diferente, porque todo sufrimiento material desaparecía ante la desgracia de la Patria.
Todo había sido, pues, inútil; en vano todos los sacrificios y todas las privaciones; inútiles los tormentos del hambre y de la sed durante meses interminables; inútiles también todas aquellas horas en que, entre las garras de la muerte, cumplíamos, a pesar de todo, nuestro deber; infructuoso, en fin, el sacrificio de dos millones de vidas. ¿Sería que no se iban a abrir las tumbas de los cientos de miles que antaño habían partido con fe en la Patria para no regresar? ¿No se abrirían esas tumbas, para enviar a la Nación a los héroes mudos llenos de barro y ensangrentados, como espíritus vengativos, por la traición del mayor sacrificio que un hombre puede ofrecer en este mundo? ¿Acaso habían muerto para eso los soldados de agosto y septiembre de 1914 y, luego, seguido su ejemplo, en aquel mismo otoño los bravos regimientos de jóvenes voluntarios? ¿Acaso para eso cayeron en la tierra de Flandes aquellos muchachos de 17 años? ¿Pudo ésa haber sido la razón de ser del sacrificio ofrendado a la Patria por las madres alemanas, cuando con el corazón sangrante despedían a sus más queridos hijos, para jamás volverlos a ver? ¿Debió suceder todo eso para que ahora un montón de miserables se apoderase de la Patria? ¿Fue para eso que el soldado alemán había resistido, al sol y a la nieve, sufriendo hambre, sed, frío y cansancio en las noches sin dormir y en las marchas sin fin? ¿Fue para eso que él, siempre con el pensamiento en el deber de proteger a la Patria contra el enemigo, se expuso sin retroceder al infierno del fuego de las baterías y a la fiebre de los gases asfixiantes?
En verdad, aquellos héroes merecen una lápida en la que se escriba: "Caminante que vas a Alemania, cuenta a la Nación que aquí reposan los fieles a la Patria, obedientes al deber."
¿Y la Patria?
¿Sería ése el único sacrificio que tendríamos que soportar?
¿Valdría Alemania en el pasado menos de lo que suponíamos? ¿No tenía ésta obligaciones para con su propia Historia? ¿Éramos nosotros todavía dignos de cubrirnos con la gloria de su pasado? ¿Cómo podríamos justificar a las generaciones futuras ese acto del presente?
¡Miserables y depravados criminales!
Cuanto más me empeñaba en aquella hora por encontrar una explicación para el fenómeno operado, tanto más me ruborizaban la vergüenza y la indignación. ¿Qué significaba para mí todo el tormento físico en comparación con la tragedia nacional?
Lo que siguió fueron días de horrible incertidumbre y noches peores todavía. Sabía que todo estaba perdido. Confiar en la generosidad del enemigo podía ser sólo cosa de locos, o bien de embusteros y criminales.
Durante aquellas vigilias germinó en mí el odio contra los promotores del desastre. En los días siguientes tuve conciencia de mi Destino. Me reía, al pensar en mi futuro, que hasta hacía poco tiempo me había preocupado. ¿No sería ridículo querer construir un sólido edificio sobre tales bases? Al final me convencí de que lo que había sucedido era lo que siempre había temido. Solamente que no lo había podido creer.
Guillermo II había sido el primer Emperador alemán que les tendió la mano conciliadora a los dirigentes del marxismo, sin darse cuenta de que los villanos no saben de honor. Mientras en su diestra tenían la mano del Emperador, con la izquierda buscaban el puñal.
Con los judíos no caben compromisos; para tratar con ellos, no hay sino un "sí" o un "no" rotundos.
¡Había decidido dedicarme a la política!

-Adolf Hitler, Mi Lucha, capitulo VII
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Ser republicano hoy es como ser judío en la Alemania de Hitler: Gina Carano
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Don Mendo
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Re: Hoy hace 100 años: 11/11/18. Pasewalk, Alemania.

Mensaje por Don Mendo »

Mira que no me gusta desearle el mal a nadie, pero en este caso habría que hacer una excepción. Cuanto sufrimiento podría haberse ahorrado el mundo si este hijo de satanás no hubiera sobrevivido a aquel ataque ...

O quizás hubiera salido otro igual o peor. Cualquiera sabe ...
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